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Había terminado su confesión la señora arrodillada delante de ella, y doña Cristina ocupaba ya la rejilla, esperando que fuese absuelta la del lado opuesto. Se abrió por fin el ventanillo y Pepita vió por encima de los hombros de su madre una sombra que murmuraba: ¡Hola Cristina! ¡hija mía! ¿A qué obedece esta visita tan extraordinaria?...

Probablemente lo mismo que al salir de ella vosotros, contestó picado Gualtero. Sin embargo, tengo para que no se hablaba ya tanto como cuando andaban por allí muchos parlanchines.... ¡Hola! ¿Qué quiere decir eso, moderno Salomón? Averiguadlo si podéis.

La voz de Santiago, al entrar por la mañana en su cuarto diciendo: «¡Hola, Juanito! arriba, hombre, no duermas tantosonaba en los oídos del ciego más grata y armoniosa que las teclas del piano y las cuerdas del violín. ¿Cómo se había trasformado en malo aquel corazón tan bueno?

Si estuviera yo ahí, se moriría usted de miedo al verme, porque estoy hecha una fierecita... ¡Hola, hola! Me desafía usted, me cita y me emplaza para que vaya a su casa al punto. Pues iré... y nos veremos las caras. ¿Pero como ir?...

Causó la entrada de este nuevo personaje una transformación a vista en la escena: mientras Artegui se levantaba furioso, Lucía, vuelta a la conciencia de misma, pasó las manos por las sienes, enderezose en el sillón adoptando actitud reservada, pero con las pupilas vagas aún, perdidas en el espacio. Hola, Artegui.... ¿Usted por aquí?

Empecé a reflexionar qué pensaría de la gente del hotel cuando vieran la clase de visitante que recibía, porque el Saboya es uno de los más elegantes de Florencia; pero pronto se disiparon mis recelos, porque al salir, exclamar, en italiano, al portero del hall: ¡Hola, Babbo! ¿Algún nuevo remiendo?

Muchas gracias; pero.... ¿Pero qué?... Que no le creo á usté, vamos; que usté es muy truhán ... y que no me fío de usté, en plata. ¡Hola!; ¿esas tenemos? ¿Y por qué me teme usted?... De fijo que no será por seductor. No por cierto. Es que entre usté y otros como usté, se cuenta lo que es y lo que no es. Me hace usted poco favor, Teresa. Lo siento, pero yo digo siempre la verdad.

Sucedió, pues, uno de los primeros que hubo escuela por Navidad, que viniendo por la calle un hombre que se llamaba Poncio de Aguirre, el cual tenía fama de confeso, que el don Dieguito me dijo: -Hola, llámale Poncio Pilato y echa a correr. Yo, por darle gusto a mi amigo, llaméle Poncio Pilato.

De todos modos, no pasará mucho tiempo sin que yo sepa la verdad. Entre tanto vamos á pasar una mala noche por ver á mi hermano, y no nos detengamos, ya que hay que saber otro secreto importante, porque la muerte no se espera á que uno despache sus negocios. Pensando esto entraba por la puerta de las caballerizas reales. ¡Hola, eh! dijo desde la puerta de una cuadra ¡los palafraneros de guardia!

Don Ramón no sabía la letra sino á medias, pero lo cantaba con el mismo entusiasmo que si la supiera. Sobre los cuales se apoyaba sin cesar hasta concluir el allegro. ¡Hola! D. Ramón, le dije un día desde la cama; parece que le gusta á V. Los Puritanos.