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¡Hola! ¡Buenos días, Hexe-Baizel! gritó Juan Claudio alegremente y en tono burlón ; usted siempre tan gruesa y oronda, alegre y satisfecha... ¡Así me gusta!

«Hola, amigo Izquierdo... Dios le guarde». Le vi pasar, maestro y dije, digo: A cuenta que voy a echar un espotrique con mi tocayo... Sentose sin ceremonia el tal, y poniendo los codos sobre la mesa, miró fijamente a su tocayo. O las miradas no expresaban nada, o la de aquel sujeto era un memorial pidiendo que se le convidara.

Llegamos al Prado, y en entrando, saqué el pie del estribo y puse el talón por defuera y empecé a pasear. Llevaba la capa echada sobre el hombro y el sombrero en la mano. Mirábanme todos; cuál decía: «Este yo le he visto a pie»; otro: «Hola, lindo va el buscón». Yo hacía como que no oía nada, y paseaba. Llegáronse a un coche de damas los dos, y pidiéronme que picardease un rato.

¡Envenenado!.. ¡Dios mío! ¡Hola! ¡aquí! ¡aquí! gritó don Juan, llamando. ¡No hay nadie! ¡estamos solos! exclamó Dorotea. Y una leve contracción de dolor resistido, pasó por su semblante. ¡Oh! ¡esto es horrible! ¡esto no puede ser verdad! exclamó don Juan reteniendo entre sus brazos á Dorotea. Otra contracción más violenta, indicó á don Juan que Dorotea sentía un dolor más agudo.

D. TELL. ¿De qué te quejas, Si me has atado las manos? FELIC. ¡Hola! CELIO. Dentro. Señora. FELIC. Llamad Esos pobres labradores. Trátalos bien, y no ignores Que importa a tu calidad. Salen NU

Mario sentía al mismo tiempo pesar y alegría de este olvido porque, si anhelaba acercarse a su ídolo, temía el instante de la presentación como un trance apuradísimo. Buenas noches, señores dijo una voz bronca, profunda. Hola, D. Dionisio, ¿cómo estamos? preguntó distraídamente D. Laureano, sin apartar la vista de la preciosa chula que había descubierto.

La verdad es dije con mucho misterio, que las circunstancias obligan a veces a un hombre a modificar su aspecto todo lo posible y... Pero va creciendo que es un gusto. ¡Hola! exclamó Jorge. Luego no andaba yo tan descaminado, y si no ha sido la hermosa Antonieta, se tratará de otra sirena. Siempre hay por medio alguna sirena, Jorge dije sentenciosamente.

Cuando Gabriel bajaba a verla en el jardín, le recibía con el mismo saludo: ¡Hola, estantigua! Hoy tienes mejor cara; te vas apañando. Parece que tu hermano te sacará adelante con tantos cuidados. Luego venía la comparación entre su vejez sana y vigorosa y aquella juventud arruinada que se defendía tenazmente de la muerte. Aquí ves mis sesenta años: ni una enfermedad en toda mi vida.

Confuso, sin atreverse á alegrarse, temeroso de una nueva desdicha, el cocinero mayor salió y siguió al carcelero. Se cerró de nuevo la puerta y se oyeron los tres cerrojos y las tres llaves. Cuando el duque de Lerma, de vuelta de la casa de doña Ana, llegó al postigo de la suya, se le atravesó un bulto embozado. ¡Hola! le dijo aquel bulto ; detente y escucha.

¡Hola! ¿Es la Sra. Ester la que desea hablar una palabra con el viejo Rogerio Chillingworth? respondió el médico, irguiéndose lentamente. Con todo mi corazón, continuó; vamos, señora, oigo solamente buenas noticias vuestras en todas partes. Sin ir más lejos, ayer por la tarde, un magistrado, hombre sabio y temeroso de Dios, estaba discurriendo conmigo acerca de vuestros asuntos, Sra.