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Actualizado: 4 de junio de 2025
¡Hola, barbián! dijo Dupont el menor al ver a Montenegro. ¿Cómo está tu familia? Un día de estos iré a la viña. Quiero probar un caballo que compré ayer. Y después de estrechar la mano de Montenegro y darle varias palmadas en los hombros, satisfecho de poder demostrar la fuerza de sus manazas ante aquellos amigos, le volvió la espalda. Fermín tenía con este señorito gran confianza.
Sucedió, pues, uno de los primeros que hubo escuela por Navidad, que viniendo por la calle un hombre que se llamaba Poncio de Aguirre, el cual tenía fama de confeso, que el don Dieguito me dijo: "Hola, llámale Poncio Pilato, y he a correr." Yo, por darle gusto a mi amigo, llámele Poncio Pilato.
Ahora está contando que ha visto un proyectil de los que tiran los carcas, y el fusil Berdan... No dice agujeros, sino orificios. Todo se vuelve orificios, y el marqués no sabe lo que le pasa...». No pudo seguir, porque entró Muñoz, fumando un gran puro, a saludar al enfermo. «Hola, Juanín... ¿Estamos exclaustrados?... ¿Y qué es?... ¿coriza?
Pedro.» Cuando hubo terminado su lectura, crispóse la cara de Calvat con una sonrisa de réprobo; dobló la carta, empujó la verja y se dirigió al taller de Fabrice. Hola, ¿eres tú?... Creí que sería el marqués, quien quedó en venir hoy por la mañana.
Después dijo con la voz no tan tonante como otras veces: ¡Hola! ¡á mí! Rodeáronle inmediatamente todos los alguaciles. El que no quiera ir á galeras dijo el alcalde que calle mucho. ¿Y qué hemos de callar, señor alcalde? dijo el más audaz de los alguaciles. Que hemos encontrado á ese caballero. Callaremos dijeron todos.
Fortunato levantó la cabeza y sonrió. Hola, ¿eres tú? Don Fermín se sentó en un sofá. Estaba un poco mareado; le dolía la cabeza y sentía en las fauces ardor y una sequedad pegajosa; se ahogaba en aquel recinto cerrado y estrecho; el alcohol le había perturbado.
Al cruzar para su cuarto vió en uno del pasillo á Soledad limpiando un vestido, y tuvo la magnanimidad de decir: «¡Hola!» Aquélla levantó los ojos y respondió con la misma gravedad y concisión: «Hola». Siguió el guapo hasta su habitación un poco sorprendido: esperaba hallarla bañada en lágrimas ó presa de algún ataque de risa convulsiva de los que á menudo la cogían.
«Hola, barbián dijo Santa Cruz sentándose y cogiendo al chico por ambas manos . Pues es guapo de veras. Lástima que no sea nuestro... No te apures, mujer, ya vendrá el verdadero Pituso, el legítimo, de los propios cosecheros o de la propia tía Javiera». Benigna y Ramón miraban a Jacinta.
Pero Diana escuchaba distraídamente la respuesta a su pregunta; en el mismo orden de ideas, acababa de hacer otro descubrimiento importante. ¡Hola! exclamó, señalando el dedo de su prima, ¿ya no llevas tu anillo? ¿Mi anillo? dijo María Teresa ruborizándose, lo habré olvidado en mi tocador.
Con gran extrañeza, la vio oscura y vacía. Pero en aquel instante un leño que humeaba en el hogar se rompió, y a la luz de su llamarada vio a Federico Bullen sentado junto a los amortiguados tizones. ¡Hola! Federico se sobresaltó, púsose de pie y fue hacia él, medio tambaleándose. ¿Los compañeros dónde han ido? dijo el viejo. Al momento vuelven por aquí. Han salido a fuera a dar un pequeño paseo.
Palabra del Dia
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