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El fuego comenzaba a apagarse; Juan Claudio se levantó para echar un leño y luego volvió a sentarse murmurando: ¡Bah! Esto no puede ser... El día menos pensado recibiremos una carta.

Cuando le veía marchar hacia el Calvario, cargado con el pesado leño y caer una, dos y tres veces, rendido de fatiga, sin encontrar en los feroces rostros que le rodeaban una mirada de compasión, sentía anudársele la garganta y estallar el pecho en sollozos.

Alrededor del cambio de dominación vino a España, fijando su residencia en Barcelona, donde ejerce con lucimiento su carrera hace más de veinte años. ¡Qué dulcemente en el eterno sueño que en flor segó una vida sin agravios...! La pálida escarlata de tus labios que el rocío del alma humedecía, los santos clavos del sagrado Leño tenuamente teñía.

Esto es lo que saben del misterio de la Encarnación, mas no por eso dan veneración alguna á aquel personaje, que obró cosas tan extrañas, y sólo adoran á los demonios no en figura de piedra, leño ó metal, sino monstruosísimos como se dejan ver de estos indios; y de esto están tan contentos y jactanciosos, que dan en rostro á los nuevos cristianos con su simpleza en honrar en las pinturas y estátuas dioses mudos y ciegos, que no ven, ni hablan, ni oyen.

En cuanto apago la luz quedo como un leño, y si alguna vez, por casualidad, despierto, al día siguiente no me acuerdo de lo que estuve pensando. Ya sabes que no soy tan poética como ... Apunta ese diez y siete que acaba de salir... Creo que para querer bien no es necesario tener esas ideas románticas. Pues yo creo que . Pues yo creo que no. Vaya, no riñamos y mírame un poco.

Teniase por tradicion que San Juan Evangelista las habia dejado en el Sepulcro, de quien arriba hicimos mencion. Las Reliquias fueron un pedazo del leño de la Cruz, de la parte donde Cristo reclinó su cabeza. Así lo refiere Montaner, y éste San Juan le trujo siempre pendiente del cuello el tiempo que vivió entre los mortales. Estaba entonces con un engaste de oro, con joyas de mucho precio.

De mal talante y poco a poco llegó a subir Sancho, y, acomodándose lo mejor que pudo en las ancas, las halló algo duras y no nada blandas, y pidió al duque que, si fuese posible, le acomodasen de algún cojín o de alguna almohada, aunque fuese del estrado de su señora la duquesa, o del lecho de algún paje, porque las ancas de aquel caballo más parecían de mármol que de leño.

Bien poco le quedaba que hacer a Leto en aquella escena que tanto le imponía desde lejos. Todo se lo daba hecho Nieves; todos los caminos le abría ella; y ¡con qué dulzura de mirar, con qué timbre de voz tan melodioso, con qué volubilidad tan espontánea y hechicera! Había que ser un leño para no atreverse, con aquel estímulo que le parecía sobre humano, a ser un poco sincero y expresivo también; y se atrevió a serlo. Dijo el por qué de no haber subido a Peleches en dos días. ¡

Sucedió en este tiempo que una de las cabalgaduras en que venían los cuatro que llamaban se llegó a oler a Rocinante, que, melancólico y triste, con las orejas caídas, sostenía sin moverse a su estirado señor; y como, en fin, era de carne, aunque parecía de leño, no pudo dejar de resentirse y tornar a oler a quien le llegaba a hacer caricias; y así, no se hubo movido tanto cuanto, cuando se desviaron los juntos pies de don Quijote, y, resbalando de la silla, dieran con él en el suelo, a no quedar colgado del brazo: cosa que le causó tanto dolor que creyó o que la muñeca le cortaban, o que el brazo se le arrancaba; porque él quedó tan cerca del suelo que con los estremos de las puntas de los pies besaba la tierra, que era en su perjuicio, porque, como sentía lo poco que le faltaba para poner las plantas en la tierra, fatigábase y estirábase cuanto podía por alcanzar al suelo: bien así como los que están en el tormento de la garrucha, puestos a toca, no toca, que ellos mesmos son causa de acrecentar su dolor, con el ahínco que ponen en estirarse, engañados de la esperanza que se les representa, que con poco más que se estiren llegarán al suelo.

Al lado opuesto estaba Jesús, clavado al leño del martirio, hermosamente desnudo, caída la cabeza sobre el pecho, manando sangre la lanzada, rígidas las piernas, sebosas las rodillas, porque en ellas se apoyaba el monaguillo al subir para encender, y envuelta la cintura en un paño rojo con lentejuelas de oro, indigno adorno de tan venerable figura.