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Actualizado: 3 de mayo de 2025


Es lógico admitir que Ribera, Zurbarán y Luis Tristán, le gustasen más que Vargas, tan respetado en Sevilla, y que Lanfranco y el Guido, cuyas amaneradas obras se traían de Italia; más precisamente, en contra de tales suposiciones y conjeturas, lo que caracteriza a Velázquez desde que mancha los primeros bodegones de que habla Pacheco hasta sus últimas obras, es aquel profundo y respetuoso amor a la Naturaleza, que le hizo ver en ella su único y verdadero maestro en el más alto sentido de la palabra.

En 1633, pagóle el cabildo de la ciudad ciertas cantidades por la iluminación de una estampa de san Fernando y terminó algunas pinturas para san José, siendo en gran número los cuadros de Bodegones que hizo, los cuales estaban en poder de particulares y ya en tiempo de Ceán habían casi todos desaparecido de Sevilla para ir á parar á los museos extranjeros.

Caminando al azar, como para sentir esa emocion vaga con que nos sorprende una ciudad que no se conoce, llegamos á la calle de los Pequeños Campos, y en una de sus travesías vimos un figon, que aquí tiene el nombre de rotisserie. En estos bodegones suele comer gente de poco pelo; pero la comida es de sustancia.

Por último, se acordaba que á las ocho de la noche se cerrasen todos los bodegones, botillerías y tabernas, adoptándose otras disposiciones para mantener el sosiego y la seguridad de la ciudad.

¡Y qué ambiente!... ¡Qué diafanidad!... ¡Ya por aquí sólo se toma olor a flores, a yuyos, a campo, a naturaleza! ¿No se toma olor a ciudad? ¿Qué raro, eh?... dijo riendo amablemente Ricardo. ¡Eso es! No se toma olor a ciudad; es decir, olor a bodegones, a cloacas, a hoteles, a multitudes. ¡A multitudes!... pero ¡qué buena observación! ¿Conque no hay multitudes en despoblado?

Debía recorrer a menudo el arrabal de Santiago, introduciéndose en los patios, en las posadas, en los bodegones, hasta sorprender alguna plática reveladora. Era preciso hallar, cuanto antes, el rastro, y caer de sorpresa, en flagrante conspiración, aunque se arriesgase la vida. Terminó con estas palabras: Alguien opina que, a fin de no ser sospechado, conviene simular un amorío.

El profesor nos decía hace poco lo que gana: unas quinientas pesetas al mes; menos que cualquier empleado del Casino. Yo voy á ser franco igualmente. Vivo en el Hotel de París: Atilio Castro no puede estar alojado en otra parte: debe conservar sus amistades. Pero paso grandes apuros muchas semanas para pagar mi cuarto, y como en malos restoranes, en bodegones italianos, cuando no me convidan.

Para persuadirse de lo infundado de esta afirmación, basta considerar que entre los miles de lienzos del siglo XVII, que se conservan en España, son poquísimos los que representan episodios históricos o escenas de costumbres, y en cambio es incalculable el número de los inspirados en el Viejo o el Nuevo Testamento, y en las vidas de los santos: hasta los floreros se solían disponer de modo que sirvieran de marco a alguna imagen sagrada: retratos se hicieron en abundancia, pues siempre sobra lo que radica en la vanidad humana, y no escasean los bodegones, porque muchos artistas tomaban este género por vía de estudio: de lo que apenas hay rastro, es de la pintura que pudiéramos decir doméstica y familiar.

No es ese placer moderado, decente, de alas doradas y azules, que se parece a una joven tímida y dulce; ese placer delicado que gusta de sacudir su cabeza fresca y rubia ante los mil espejos de un boudoir, o de desflorar con sus labios rosados una copa llena de un licor helado; ese sibarita, en fin, que no quiere a su alrededor más que flores, perfumes y pedrería, mujeres jóvenes y amables, música melodiosa y vinos exquisitos. ¡No, pardiez! se trata de ese otro placer robusto y bestial, de ojo de sátiro, de risa de demonio, que llena las tabernas y los bodegones, que bebe y se emborracha, muerde y desgarra, golpea y mata y después rueda y se retuerce entre los restos de una comida grosera, lanzando una carcajada que parece el aullido de un chacal.

Primeramente debe notarse que la nobleza y dignidad tragica no cesan nunca de caracterizar el estilo de lord Byron, mientras que Goethe ha introducido en la escena personages de la infima plebe, que se esplican en el innoble lenguaje de su estado y que parecen no representar su papel, sino para probar que el autor esta tan acostumbrado a las conversaciones bajas de los bodegones, como a las maneras elegantes de la corte; pero no puede juzgarse a Goethe segun los principios establecidos, porque ha afectado el escribir contra todas las reglas; "no se puede ir mas lejos en pensamientos atrevidos, y la memoria que queda de este escrito conserva siempre un poco de desvario."

Palabra del Dia

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