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Actualizado: 12 de junio de 2025


Y tras el pericón vino un triunfo, donde se floreó aquel que fue héroe en el gato y que endilgó estas indirectas a su moza: Dicen que las heladas Secan los yuyos, ¡Ansí me voy secando De amores tuyos! ¡Este es el triunfo, madre Dueña del alma; Más quiero dulce muerte Que vida amarga! ¡Ni aunque todos se opongan Los doloridos, No hay dolor que se iguale Al dolor mío!

¡Y qué ambiente!... ¡Qué diafanidad!... ¡Ya por aquí sólo se toma olor a flores, a yuyos, a campo, a naturaleza! ¿No se toma olor a ciudad? ¿Qué raro, eh?... dijo riendo amablemente Ricardo. ¡Eso es! No se toma olor a ciudad; es decir, olor a bodegones, a cloacas, a hoteles, a multitudes. ¡A multitudes!... pero ¡qué buena observación! ¿Conque no hay multitudes en despoblado?

A poco se nos agregó un hermano del poeta Pombo, librero de Bogotá, amateur botánico, que saludaba por su nombre, como antiguos conocidos, a los yuyos del camino. Iba a Chimbe, no a qué. Costábale trabajo seguirnos, porque nuestras mulitas devoraban la ruta. Con su paso igual y parejo, bajaban, subían, avanzando siempre con una rapidez que me asombraba.

426 ¡Cuantas veces al cruzar en esa inmensa llanura, al verse en tal desventura y tan lejos de los suyos, se tira uno entre los yuyos a llorar con amargura! 427 En la orilla de un arroyo solitario lo pasaba, en mil cosas cavilaba y, a una güelta repentina, se me hacía ver a mi china o escuchar que me llamaba.

En toda esa mañana no hizo nada. Almorzó y subió a dormir la siesta. Los peones volvieron a las dos a la carpición, no obstante la hora de fuego, pues los yuyos no dejaban el algodonal. Tras ellos fueron los perros, muy amigos del cultivo, desde que el invierno pasado habían aprendido a disputar a los halcones los gusanos blancos que levantaba el arado.

Palabra del Dia

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