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Actualizado: 12 de mayo de 2025


Ana se vio en su tocador en una soledad que la asustaba y daba frío.... ¡Un hijo, un hijo hubiera puesto fin a tanta angustia, en todas aquellas luchas de su espíritu ocioso, que buscaba fuera del centro natural de la vida, fuera del hogar, pábulo para el afán de amor, objeto para la sed de sacrificios!...

Romanorum clementia cunctis, non parvulum donum apellationis suae concessi; non solum viris singulis, sed etiam maximis gentibus in communi: Hispani denique antiqui, & Tirrheni, & Sabini Romani vocantur.

¿Quién puede conformarse con esta sociedad que todos los días vive del mismo modo y al que tiene sed le ofrece agua ó leche?... Venga á nosotros el alcohol, que hace soñar cosas grandes y es padre del heroísmo. Venga á nosotros la guerra, madre de las esforzadas acciones....

Los mineros salían de la obscuridad con el bolsillo repleto, la sed y el hambre excitadas; pagaban bien, derrochaban y comían y bebían veneno barato en calidad de vino y manjares buenos y caros.

Un cordobés, que no pudo mirar con sangre fria la entrada de los enemigos, hirió á Dupont desde uno de los balcones de su casa; encendiéronse mas y mas en ira los franceses; y saquearon templos, palacios, edificios privados, oficinas públicas, cuanto podia satisfacer su sed de oro y de pillage.

Mira cómo alzan los brazos, gritando, aquellos generales que vienen por el llano. ¡Benditas penas, benditos golpes, bendito calor y bendita sed, puesto que al fin hemos salido vencedores! ¡Viva España! De esa manera le dije yo, pensando en mis guerras entra a disfrutar el mayorazgo, casándose con D. Diego, para evitar un litigio que arruinaría a las dos familias.

Con el alba despertaron muchos sintiendo las angustias de una sed devoradora, y sus mujeres e hijos salieron a traer agua de los arroyos vecinos. ¡Poder de Dios! Los arroyos estaban secos. Hoy es Tintay una pobre aldea de sombrío aspecto, con trescientos cuarenta y cuatro vecinos, y sus alrededores son de escasa vegetación. El agua de sus arroyos es ligeramente salobre y malsana para los viajeros.

Aquello no era vivir como cristianos. Eran perros furiosos persiguiéndose, con la sed de la pasión nunca extinguida. ¡Ah, la grandísima perdida! Ella y la madre le abrasaban las entrañas con sus bebidas. Bien se veía en Pepet, cada vez más flaco, más amarillo, más pequeño, como un cirio que se derretía.

Los aleros de las casas aún estaban bañados de sol, y a él le parecía andar a tientas en la penumbra del crepúsculo. Tengo sed, Don Andrés. Entremos en cualquier sitio. El viejo le encaminaba al café de España, su refugio favorito.

Dos toneles colocados en un extremo de la estancia indicaban que no faltaría con qué llenar de nuevo aquellos enormes cubiletes, cuantas veces lo exigiese la sed de los arqueros.

Palabra del Dia

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