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Realmente no era cena sino comida retrasada, pues no gustaba la familia de trasnochar, y por tanto, caía dentro de la jurisdicción de la vigilia más rigurosa. Los pavos y capones eran para los días siguientes, y aquella noche cuanto se sirvió en la mesa pertenecía a los reinos de Neptuno. Sólo se sirvió carne a Juan, que estaba ya mejor y pudo ir a la mesa.

Hay tantas redes de jarcia y cuerdas á la una y la otra banda, que los hombres allí dentro parecen pollos y capones que se llevan á vender en gallineros de red de esparto. Hay árboles en esta ciudad, no de los que sudan gomas y licores aromáticos, sino de los que corren contino puerca pez y hediondo sebo.

Si probáis que el hombre que habéis muerto era un ladrón... dijo el alcalde. Pero si yo, señor, no he muerto á ningún hombre dijo Montiño ; ¡si yo no he matado jamás otra cosa que pavos, capones y conejos! Si probáis que el hombre á quien habéis muerto era un ladrón, y que le habéis muerto en defensa propia, seréis absuelto... no lo dudéis... pero si no, seréis ahorcado como asesino.

Su devoción consistía en presidir muchas cofradías, pedir limosna con gran descaro a la puerta de las iglesias, azotando la bandeja con una moneda de cinco duros, regalar platos de dulce a los canónigos, convidarles a comer, mandar capones al Obispo y fruta a las monjas para que hicieran conservas.

-Señor -replicó Sancho-, si a vuestra merced le parece que no soy de pro para este gobierno, desde aquí le suelto, que más quiero un solo negro de la uña de mi alma que a todo mi cuerpo; y así me sustentaré Sancho a secas con pan y cebolla, como gobernador con perdices y capones; y más que, mientras se duerme, todos son iguales, los grandes y los menores, los pobres y los ricos; y si vuestra merced mira en ello, verá que sólo vuestra merced me ha puesto en esto de gobernar: que yo no más de gobiernos de ínsulas que un buitre; y si se imagina que por ser gobernador me ha de llevar el diablo, más me quiero ir Sancho al cielo que gobernador al infierno.

¡Mis lindos capones! gruñó Susana, que juzgó oportuno aparecer y unir su nota sombría a la nota chillona de su ama. ¡Ah, piel de Judas! gritó mi tía. Y se precipitó detrás de las sirvientes cerrando furiosa la puerta de un golpazo. Señor cura dije yo inmediatamente, ¿creéis que en el universo entero haya otra mujer tan abominable como mi tía?

Allí se reunían una tía y dos primas de don Eugenio a quienes por ser muchachas y frescas no quería el párroco tener consigo a diario en la rectoral ; el ama, viejecilla llorona, estorbosa e inútil, que andaba dando vueltas como un palomino atontado, y otra ama bien distinta, de rompe y rasga, la del cura de Cebre, que en sus mocedades había servido a un canónigo compostelano, y era célebre en el país por su destreza en batir mantequillas y asar capones.

¡Bah, lo veremos!... Ahí viene mi tía; está furiosa, porque soy yo quien soltó la vaca, los conejos y los capones, para quedar a solas con vos. Echadle una sobarbada; os garantizo que me ha pegado muy fuerte; tengo marcas negras en los hombros. Entró mi tía como un huracán, y el cura completamente estupefacto, no tuvo tiempo para contestarme.

Y si tanta prisa tenéis, yo me voy a la sopa de San Jerónimo, adonde hay aquellos frailes de leche como capones, y allí haré el buche. Si vos queréis seguirme, venid, y si no, cada uno a sus aventuras. -Adiós -dije yo-, que no son tan cortas mis faltas que se hayan de suplir con sobras de otros. Cada uno eche por su calle.

La sopera, llena hasta los bordes, era poco menor que un barreño; las fuentes del potaje podían servir de barcas en caudaloso río; el primer principio se componía de más de media arroba de carne guisada; y cuando llegó el gallo en pepitoria, héroe del banquete, acompañábanle, para hacerle honor, cuatro capones.