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Actualizado: 21 de octubre de 2025


Aquel eterno secreto sería traído y llevado en semejantes medios, porque al igual que una hoguera al aire libre tenía, sin duda, que despedir imprudentes chispas que lo delatasen; si no era ya conocido, a lo menos era fácil que llegara a saberse. Había, una porción de personas que al verlas, me decía con furor: «todos esos deben ser mis confidentes.» Y ¿qué podía yo esperar de ellas? ¿Consejos?

Verdad es, dixo Panglós, que me viste ahorcar; iban á quemarme, pero ya te acuerdas que llovia á chaparrones quando me habian de echar á la hoguera, y que no fué posible encender el fuego; así que me ahorcáron, sin exemplar, no pudiendo mas: y un cirujano que compró mi cuerpo, me llevó á su casa, y me disecó. Primero me hizo una incision crucial desde el ombligo hasta la clavícula.

En torno de él, unos veinticinco segadores españoles formaban corro sentados en el suelo, y los últimos fulgores de la hoguera se reflejaban en sus rostros barnizados por la causticidad del sol. Algunas estrellas empezaban á titilar sobre la púrpura de un cielo ensangrentado por el ocaso. Los campos se extendían pálidos, con los contornos esfumados por la incierta luz del anochecer.

¿Por qué? dijo asustado el joven. Porque he visto, he visto, ¿entiendes? a la señora Casilda entrar... repito que lo he visto... en casa de Esteven. ¡Tiíta Silda en casa de Esteven! exclamó Quilito, tan sorprendido que dió un salto y casi fué a dar de bruces en la hoguera.

Pertenecíanles por derecho divino las piedras preciosas y demas joyas de las viudas mozas que morian en la hoguera; y lo ménos que podian hacer con Zadig era quemarle por el flaco servicio que les habia hecho. Acusáronle por tanto de que llevaba opiniones erróneas acerca del exército celestial, y declaráron con juramento solemne que le habian oido decir que las estrellas no se ponian en la mar.

A las nueve muy largas, cuando cerca de cinco mil barquillos reposaban en el tubo, todavía el padre y la hija no habían cruzado palabra. Montones de brasa y ceniza rodeaban la hoguera, renovada dos o tres veces. La niña suspiraba de calor, el viejo sacudía frecuentemente la mano derecha, medio asada ya. Por fin, la muchacha profirió: Tengo hambre.

Si por olvidar entendía Lituca dejar de sentir hondamente, entendía muy bien, porque el corazón humano, tierra miserable al fin, necesita del concurso de los sentidos para conservar el calor de los afectos que le animan, y aun así se apaga la hoguera con el tiempo; pero si por olvidar entendía borrar de la memoria, se equivocaba grandemente en aquel caso.

Se tendió en la playa, como siempre, colocándose á poca distancia de la hoguera, que empezaba á disminuir sus llamas. Poco á poco se fueron retirando sus acompañantes para dormir detrás de las dunas ó al abrigo de los cañares. Transcurrieron largas horas de silencio. La obscuridad era cortada de tarde en tarde por los rayos de colores que llegaban de las máquinas aéreas.

Enciéndese, en efecto, la hoguera, pero las llamas se transforman en rosas. Aparécese entonces el profeta Daniel, y anuncia al orgulloso Rey que Dios le castigará rigurosamente, y que su castigo no cesará hasta que se arrepienta.

-No -dijo la sobrina-, no hay para qué perdonar a ninguno, porque todos han sido los dañadores; mejor será arrojarlos por las ventanas al patio, y hacer un rimero dellos y pegarles fuego; y si no, llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera, y no ofenderá el humo.

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