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El cura párroco de la villa, el Dr. D. José Dávalos, procuró desde los principios disuadirlos y aquietarlos, empleando las mas humildes súplicas y eficaces oficios; pero no consiguió mas que el permiso para dar sepultura á los cadáveres, cuya diligencia practicada con la mayor piedad, no fué bastante á contener aquellos ánimos, que perdida la obediencia y el respeto á la justicia, no tardaron en perderla tambien á la casa del Señor, pues entrando en ella tumultuariamente una porcion de indios llenos de furor, desenterraron el cadáver de Prado, y le cortaron la cabeza, para llevarla á la Audiencia de la Plata, segun declararon algunos, ó á su Inca, segun depusieron otros.

Por la mañana admiraron su gracia, elegancia y distinción; a mediodía declararon que tenían el andar preciso y majestuoso de las jóvenes diosas, y por la noche, lanzaron un grito unánime sobre la ideal perfección de sus hombros. La partida había sido ganada.

Además, la manera poco ceremoniosa con que le declararon cesante, y el haber sido considerado como enemigo por sus adversarios políticos, fué en cierto modo agradable al ex-Inspector de Aduana, puesto que su apatía en los asuntos de la política, su tendencia á divagar, á merced de su voluntad, por el vasto y apacible campo en que todo el género humano puede codearse sin reparo, antes que ceñirse á los estrechos senderos en que los hermanos de un mismo hogar tienen que separarse unos de otros, había hecho que sus mismos correligionarios le mirasen con cierta sospecha, dudando si en realidad les pertenecía.

A nadie se le ocurrió tomar acta de haberse encontrado junto al paje muerto una fuente de plata del servicio de mesa de la reina. Los médicos declararon que, según los vestigios que quedaban en el cadáver, el paje había muerto de repente á consecuencia de un ataque cerebral.

Lita y su madre habían estado dos veces en mi casa después que yo estuve en la suya. Una de ellas, según me declararon, para pagarme la visita y saludar, de paso, a mi tío; y la otra, por mi tío solamente, cuya salud les interesaba mucho; además de que, como no podía salir de casa, iban a hacerle un rato de compañía, como siempre que lo permitían el tiempo y sus ocupaciones.

Otros dos hombres perversos, Romano y Sebastian, padre é hijo, cada uno de ellos peor que el otro, se declararon hereges antropomorphitas, de los que daban á Dios cuerpo negando la universalidad de su presencia; salió á la defensa de la verdad el intrépido y santo abad Sanson, y fué por Hostegesio perseguido.

En el proceso que se siguió declararon dos mujeres de la vecindad que habían visto un grupo de hombres cabezones y chiquirriticos, vulgo duendes, preparando la horca; y que cuando ésta quedó alzada, llamaron por tres veces a la puerta de la casa, la que se abrió al tercer aldabonazo.

En uno de estos actos, los jueces de Trinidad declararon, que su cura habia mandado poner en el cepo, despues de haberle hecho dar cien azotes, á un indio, cuyo delito era haber obedecido, sin su licencia, á una órden del teniente-cura.

Pertenecíanles por derecho divino las piedras preciosas y demas joyas de las viudas mozas que morian en la hoguera; y lo ménos que podian hacer con Zadig era quemarle por el flaco servicio que les habia hecho. Acusáronle por tanto de que llevaba opiniones erróneas acerca del exército celestial, y declaráron con juramento solemne que le habian oido decir que las estrellas no se ponian en la mar.

Casi había perdido la cuenta de las veces que le declararon el acta limpia en el caprichoso vaivén de la política española, que da a los parlamentos una vida fugaz. Los ujieres, el personal de secretaría, todos los dependientes de la casa le miraban con respetuosa confianza, como un compañero superior, unido cual ellos para siempre a la vida del Congreso.