United States or Hungary ? Vote for the TOP Country of the Week !


En el fondo de las callejas ya era de noche. Purpúreo reflejo bañaba en lo alto las almenas de la muralla, prestando un rubor de coral al tronco de uno que otro pino en los huertos. La ventana de una casa frontera acababa de alumbrarse, y veíase ir y venir, por delante de la luz, la sombra de un hidalgo que rezaba sus Horas.

Después de la cena se reunían todos en casa del padre, y mientras los cuatro hombres, sentados en tajuelas frente al fuego, departían gravemente sobre la faena del día siguiente, la madre y la hija, hilando un poco más allá, no perdían de vista á los niños que correteaban por la vasta cocina. Al cabo se rezaba el rosario.

Llegó y todo se supo; el Obispo rezaba ante una imagen de la Virgen, y al oír que don Santos se negaba a recibir al Señor, y a confesar, levantó las manos cruzadas... y con voz dulcemente majestuosa y llena de lágrimas, exclamó: ¡Madre mía, madre de Dios, ilumina a ese desgraciado!... Estaba pálido el buen Fortunato; le temblaba el labio inferior, algo grueso, al balbucear sus plegarias íntimas.

Advertido y medroso desto el castellano, trujo luego un libro donde asentaba la paja y cebada que daba a los arrieros, y con un cabo de vela que le traía un muchacho, y con las dos ya dichas doncellas, se vino adonde don Quijote estaba, al cual mandó hincar de rodillas; y, leyendo en su manual, como que decía alguna devota oración, en mitad de la leyenda alzó la mano y diole sobre el cuello un buen golpe, y tras él, con su mesma espada, un gentil espaldazaro, siempre murmurando entre dientes, como que rezaba.

En su oficio era un águila; ciento y tantas oraciones sabía de coro: un tono bajo, reposado y muy sonable que hacía resonar la iglesia donde rezaba, un rostro humilde y devoto que con muy buen continente ponía cuando rezaba, sin hacer gestos ni visajes con boca ni ojos, como otros suelen hacer. Allende desto, tenía otras mil formas y maneras para sacar el dinero.

Muy rezadora por temperamento, esta circunstancia acabó de conquistarle la benevolencia de mi tía, señora en extremo devota y dada á prácticas religiosas, que rezaba todas las noches el rosario antes del chocolate, en medio de la familia reunida con este piadoso fin.

Sólo mi Joaquina tuvo noticia de ellas. La Condesa era una mujer singular. Arrastrada por la violencia irresistible de su afecto, veía a solas a su amigo, y luego lloraba como la Magdalena, rezaba, abominaba de misma como si se creyese el ser más abyecto y vil, y desesperaba hasta de que Dios la perdonase.

Llegó a relatarle las aficiones de su infancia, el placer indefinible que experimentaba pasando horas enteras arrodillada ante un Cristo, rezando rosarios tras rosarios. En aquella época, llevarla a la capilla de la Virgen de los Desamparados era para ella la mayor de las diversiones, y rezaba con tal devoción, que las viejas beatas se la comían a besos, asegurando que iba para santa.

Quedóse mirando con respeto la figura triste de aquel hombre, detenido por la muerte en la más lozana senda de la vida, y recordó una elocuente oración de su libro que rezaba: «¡Oh, día clarísimo de la eternidad que no le oscurece la noche, sino que siempre le alumbra la suma verdad; día siempre alegre, siempre seguro y sin mudanza!... ¡Oh, si ya amaneciese este día y se acabasen todas estas cosas temporales!...»

Todos asistían con profunda devoción y recogimiento a la misa. El joven cortesano, no muy fervoroso, paseó una y otra vez su mirada distraída por el concurso, ahora fijándose en una mujer que pellizcaba a su hijo para que se estuviese atento, después en un anciano que rezaba con los brazos en cruz, más tarde en unos niños que se entretenían en meter la cabeza por el enrejado del altar.