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No le bastaba al capellán de Sarrió haber humillado a su émulo arrancándole el cargo de coadjutor, que en justicia le pertenecía. Quería a toda costa concluir con él, pulverizarle, que no se oyese más su nombre en boca de las beatas de Peñascosa. Pareciole la ocasión de perlas para ello. Por eso se dirigió espontáneamente a Osuna, preguntándole si no pensaba acudir a los tribunales.

Al penetrar por la portada principal nos hallamos en una inmensa plaza irregular, hacia la cual afluyen cinco ó seis calles, y en cuyo centro se levanta la mas considerable de las dos capillas ó iglesias del establecimiento. Todas las calles están formadas por hileras de casitas perfectamente iguales, ó al ménos muy semejantes, habitadas cada cual por una ó varias beatas ó beguinas.

Mas resuelta a huir de los extremos, a ser como todo el mundo, insistió en seguir a las demás beatas en todos sus pasos, y aunque sin gusto, entró en todas las cofradías, fue hija y hermana, según se quiso, de cuantas juntas piadosas lo solicitaron. Dividía el tiempo entre el mundo y la iglesia: ni más ni menos que doña Petronila, Olvido Páez, Obdulia y en cierto modo la Marquesa.

Y glosando allá en su imaginación el parrafejo, discurría de este modo... Si la señora condesa de Albornoz va a Loyola, es decir, al padre Cifuentes, y confiesa sus pecados y pide a Dios perdón de sus extravíos, o lo que es lo mismo, embauca a aquel varón respetable, diciéndole lo que le parezca y callándose lo que juzgue conveniente para ponerle de su parte... a la sombra de su respetabilidad, agarrada a su manteo, entrará en el gremio de las beatas aristocráticas y se abrirá paso, rosario en mano, por el atajo de la piedad, hasta el alto puesto de que la calumnia y la ingratitud la han arrojado.

Pero entre tanto Vetusta era su cárcel, la necia rutina, un mar de hielo que la tenía sujeta, inmóvil. Sus tías, las jóvenes aristócratas, las beatas, todo aquello era más fuerte que ella; no podía luchar, se rendía a discreción y se reservaba el derecho a despreciar a su tirano, viviendo de sueños.

Sus ojos eran grandes, de un castaño sucio, y cuando el pillastre se creía en funciones eclesiásticas los movía con afectación, de abajo arriba, de arriba abajo, imitando a muchos sacerdotes y beatas que conocía y trataba.

Distraídos en la contemplación de la ribera que teníamos á babor, dejamos el poético pueblecito de Pandacan, doblamos el recodo de las Beatas así llamado, por haber existido en aquel lugar, un piadoso establecimiento de monjas, y no sin trabajos, en los que hubo que emplear el tiguin para evitar los cientos de salientes que forman las revueltas del Pasig, nos pusimos á la altura de la sólida iglesia del pueblo de Santa Ana, teniendo también dentro de nuestro horizonte visible, el remate del torreón de la de Paco.

La viejecita se vivía las horas muertas en la iglesia rezando, barriendo y comadreando, porque la pobre había concluido por ingresar en el batallón augusto de las beatas y ratas de la iglesia.

Hubo beatas que supusieron que el mismo Padre había anunciado con exactitud el día y la hora de su glorioso tránsito, y no pocas acreditaron que había muerto en olor de santidad y que don Acisclo debía tratar de canonizarle, enviando a Roma con este fin un expediente bien claveteado.

Salieron luego sucesivamente algunas beatas de Peñascosa que declararon en términos vagos que habían observado cierta intimidad desusada entre Obdulia y su confesor, aunque nunca habían pensado mal de ella. También depuso el P. Narciso. Fue una declaración modelo de hipocresía y maldad.