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Achacaba el mayor de los Rubín su desgracia a la disparidad entre sus aptitudes innatas y los medios de exteriorizarse. «¡Oh, si mi padre me hubiera dado una carrera! -pensaba , yo sería hoy algo en el mundo...». No tardó en recibir un nuevo golpe, pues cuando soñaba con un ascenso le limpiaron otra vez el comedero.

Pero no por marchar suavemente dejaba de murmurar la cristalina sierpe algunas cosas al oído de nuestra pareja. Al principio la condesa pensaba que decía siempre lo mismo. ¡Qué pesadez!

Pues también seré yo eso.... Al fin, creo que siempre lo he sido. ¿No quieres que viva el pobre, que el rico trabaje, que cada uno posea lo que gane y que todos nos ayudemos? Pues eso es lo que yo pensaba, a mi modo, cuando íbamos por el mundo con el fusil y la boina... En cuanto a la religión, que antes nos volvía locos, ahora me tiene sin cuidado.

Y hasta me ocurría que si mis deseos se realizaban, si un día me era dado llevar a Linilla al pie de los altares, Gabriela y don Carlos apadrinarían nuestra boda. ¿Ser amado de Gabriela? No lo pensaba yo, y si alguna vez llegó a ocurrírseme tal idea, la aparté de mi mente como un pensamiento criminal.

Esta brusca aparición de Rosalinda en el preciso instante en que pensaba en su dueña, fue para Delaberge dulcemente sugestiva, tanto que le indujo a modificar sus primeros planes. Al salir por la mañana de Sol de Oro no pensaba hacer aquel mismo día su visita a la señora Liénard. Había decidido dejar pasar algunos días, temiendo que pareciese de mal gusto una prisa excesiva.

«¡Qué mujer! pensaba el infeliz a cualquier hora, en cualquier parte . ¡Quién había de imaginar que había mujeres así! ¡Oh!... todo esto es el arte... sólo una artista puede querer en esta forma tan.... deliciosamente exagerada».

No he pedido prestado a nadie, ni metídome en granjerías; y, aunque pensaba hacer algunas ordenanzas provechosas, no hice ninguna, temeroso que no se habían de guardar: que es lo mesmo hacerlas que no hacerlas.

Pero si el bueno puede caer en la tentación del mal, su misma bondad de ella le obliga a apartarse avergonzado; que si bien la fuerza del amor puede enloquecer a las mujeres, y en efecto, con suma frecuencia las enloquece, nunca el crimen cometido deja de volver sobre la conciencia, y morderla y despedazarla, haciendo imposible toda felicidad y contento, que si Cervantes pensaba que en algunas horas no podía Margarita haberse empeñado por él en un amor tal, que por él la vida se le hiciese odiosa, pensaba también que no hacía mucho más tiempo que sus amores con doña Guiomar duraban, y atendiendo a la realidad, ningún empeño de honra con doña Guiomar tenía, en tanto que en la mayor deuda de honra en que un hombre puede hallarse con una mujer, lo estaba por Margarita.

Sólo Sancho Panza pensaba que cuanto su amo decía era verdad, sabiendo él quién era y habiéndole conocido desde su nacimiento; y en lo que dudaba algo era en creer aquello de la linda Dulcinea del Toboso, porque nunca tal nombre ni tal princesa había llegado jamás a su noticia, aunque vivía tan cerca del Toboso.

Se retiró al lugar de su nacimiento, donde hizo vida ejemplar y propia de una santa. A la memoria de don Braulio rendía verdadero culto. Aquel beso, que estando él celoso y dormida ella, le dió don Braulio, en vez de matarla, como pensaba, le sentía ella en lo íntimo del corazón y difundía en su espíritu suave y pura melancolía.