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De suerte añadió con sonrisa de benévola ironía que el perfume de las flores, cantado por los poetas y que enloquece de placer a los temperamentos románticos, no es otra cosa en realidad que el olor de su excremento.

9 Espinas hincadas en mano del embriagado, tal es el proverbio en la boca de los locos. Más esperanza hay del loco que de él. 14 Las puertas se revuelven en sus quicios; así el perezoso en su cama. 15 Esconde el perezoso su mano en el seno; se cansa de volverla a su boca. 18 Como el que enloquece, y echa llamas, y saetas, y muerte,

Y a Cervantes se le iba el pensamiento sin poderlo remediar a doña Guiomar, o, por decirlo mejor, se le estaba en ella; porque ni un punto de ella se había olvidado, como no fuese en aquellos momentos en que otra cosa no vio, ni para más vivió que para Margarita; y ahogábase ya, aunque lo disimulaba Cervantes, porque la ausencia de doña Guiomar se hacía tan larga, que ocasión daba a toda suposición de los recelosos y abultadores celos, y la ira y el espanto le cogían el corazón, e inquieto se hallaba, y a no mediar miramientos, a buscar hubiérase ido a la hermosísima indiana; que entonces, a causa de sus celos y de las emponzoñadas imaginaciones que por ellos en la turbada mente revolvía, parecíale más y más hermosa, y espantábase, porque veía que, si en vez de estar ausente doña Guiomar, lo hubiese estado Margarita, conturbádose hubiera de igual modo y de igual manera enojado e irritado, y no sabía explicarse por qué extraña, y para él no conocida razón, enamorado y en igual o casi igual término de empeño por dos mujeres encontraba; y no sabía cómo de aquella dificultad había de salir; que él con las dos no podía casarse, ni hacer desmerecer en su alma a la una por la otra, con la una casándose y teniendo a la otra por amiga; que ambas eran altivas y honradas, y si la virtud había faltado un punto a Margarita, culpa del amor que enloquece había sido, y a punto doña Guiomar había estado de olvidarse de su virtud por su amor, lo que nada implicaba para que ellas estimasen su honra de una igual manera; que la mujer que ama y, por el amor, de su honra se olvida, no cree que su honra ha perdido, sino que en depósito la ha dado al señor de su alma, y en obligación le considera de restaurarla en su honra, haciéndola suya, su esposa y compañera.

Aquello hace reír, divierte, aturde y enloquece, como un remedo de la algarabía humana en un mercado público, Al ver á esas soberanas del viento reducidas á la esclavitud, me parecia asistir al espectáculo del orgullo humano sometido y vejado.

Hablamos un rato del acontecimiento que mis lectores conocen, y después, arrimando con arte la conversación hacia asunto más de su gusto, me dijo: Amaranta me asegura que no miras con malos ojos a esa jovenzuela que nos trajiste anoche. ¡Bonita formalidad es la tuya! ¿Y qué dirán de un chiquillo que en vez de inclinarse a buscar apoyo para sus inexperiencias en la compañía de personas mayores, se enloquece con las niñas de su misma edad?... Vuelve en ti, hombre... oye la voz de la razón... penétrate bien de...

Otro suboficial explicó rápidamente á las gentes inmediatas la importancia del descubrimiento. « que era un espíaEsta afirmación despertó el regocijo de una buena presa y el deseo impulsivo de venganza que enloquece en ciertos momentos á las muchedumbres.

En doña Clara tenéis el alma, tenéis esa dulce y casta compañera, el ángel del hogar; no llevéis á vuestra casa la tristeza; en tenéis la mujer que enloquece, la mujer que embriaga; no traigáis á mis brazos el remordimiento; resignémonos á nuestra suerte. No sufráis por , porque cuando yo conozca que no sufrís, que sois completamente feliz, yo seré menos desgraciada.

«El Fénix villavejano» Acompañado del propio Maravillas, que para eso y para dirigir y mejorar a su gusto la edición, había ido dos días antes a la ciudad, entraba en Villavieja el paquete de los quinientos ejemplares, húmedo todavía y exhalando el tufo que enloquece a los pipiolos y regocija a los veteranos en la esgrima de la péñola, al mismo tiempo que subía hacia Peleches don Alejandro Bermúdez.

Don Quijote que enloquece acariciando una ilusión. ¡Corazón, fiel corazón. del gran Rey Alfonso Trece! .................................................. Y ha vivido la paloma de plumaje alabastrino en el fondo de ese pecho que es más fuerte que el destino. Ha cesado la matanza, han callado los cañones, y la voz de las naciones la reclama una vez más con promesas de bonanza. La paloma no se mueve.

Pero el amor es el amor, y avasalla y enloquece a todas las clases sociales. Imagínese cómo estará el muchacho, que ya ni se peina, que era antes su principal cuidado. No sale de casa, y se pasa el día en sus habitaciones, en pijama y desgreñado. Apenas come; ha perdido no cuántos kilos. Está pálido como la cera y tiene un mirar entre loco y moribundo, unas veces lánguido, otras furioso.