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La accidentada línea que formaba la costa presentaba ya una playa de dorada arena que las mansas olas salpicaban de plateada espuma, ya rocas caprichosas y altivas, que parecían complacerse en arrostrar el terrible elemento, a cuyos embates resisten, como la firmeza al furor.

Pero ¿por qué me pides que envilezca del noble viejo las altivas canas, que su terrible maldicion merezca, si para que tu raza se ennoblezca tienes allí las huestes castellanas?

La sencillez de su trato, la dulzura de sus palabras, aquella sonrisa espontánea, reflejo de un carácter recto, transparente y sin dobleces, cautivaban á unos hombres habituados á la voz imperiosa de los contramaestres y á las respuestas altivas de los escribientes de la dirección. Vivía como un obrero en una casa del Desierto.

Las señoras caminaban con paso marcial, sin parecer intimidadas por la actitud hostil del gentío, como damas altivas que no temen al mal gesto de su servidumbre, mirando con desprecio á toda aquella balumba de pobretones que se sustentaban de lo que sus poderosas familias querían darles. Estalló un trueno de gritos, insultos é imprecaciones.

Por otra parte, usted mismo ya a advertirlo». Llamó a un marinero, le dio una orden, y éste descendió en dirección al negro del tambor. «¿Ve usted el movimiento, el entusiasmo con que todas esas negras trabajan? Mire aquella especialmente; tiene 18 años y pasa, no sólo por una de las más bellas, sino de las más altivas y pendencieras.

Cubrían sus peinados con enormes sombreros de altivas plumas; en una mano llevaban una vela rizada y sin encender, envuelta en un pañuelo de encajes, y con la otra se recogían y ceñían al cuerpo la falda, marcando al andar sus secretas amenidades. Esta devoción primaveral no tenía un rostro compungido.

Á su lado y apoyada en el parapeto del puente, la baronesa parecía el tipo acabado de las altivas castellanas de la época.

No era solo esta la derrota que tenian que llorar los partidarios de la independencia americana, pues otras muchas iban experimentando por su division de pareceres, altivas presunciones é indigna insubordinacion los caudillos defensores de la libertad en la parte oriental de Venezuela.

Parece la imágen de una de esas mujeres altivas que, despues de haber brillado hermosas y lozanas, dejan enmohecer sus joyas y no presentan sino caras arrugadas, ojos enjutos, bocas sin dientes y cabezas calvas.... El aspecto lamentable de esa ciudad pretérita hace un extraño contraste con aquella admirable campiña, llena de verdura, de galas y perfumes.

Quien las posee no inspira desconfianza, aunque tarde en pagar la cuenta de la semana... Los empleados de las fronteras se muestran galantes: no hay pasaporte más poderoso. Las señoras altivas se ablandan con su centelleo á la hora del en los halls donde una no conoce á nadie... ¡Lo que yo he sufrido para conseguirlas!... Arrostraría el hambre antes de venderlas.