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Tenía cierta reputación entre la gente literaria de escalera abajo, que grita y pugna por subir. «Un muchacho simpático y de talento... ¡Lástima que sea rico!» Y los que se compadecían de su riqueza le llamaban al mismo tiempo simpático por la facilidad con que se prestaba a un donativo de cinco duros. Reunió en un volumen impreso sus poesías... ¡Magnífico! Era Musset.

Primer caso: supongamos que al poco tiempo de vivir con Maximiliano, encuentras que el muchacho se porta bien contigo, vas viendo sus buenas cualidades, que se manifiestan en todos los actos de la vida, y supongamos también que le vas teniendo algún cariño...». Fortunata tenía la mirada fija en un punto del suelo, como una espada, tan bien hundida que no la podía desclavar.

Volaban los tricornios a los balcones; cada cara bonita provocaba floreos interminables, en los que la hipérbole dilatábase hasta lo desconocido; y había muchacho que, impulsado por alguna copita traidora, despreciaba la vulgar invitación de las escaleras y se encaramaba por la fachada, agarrándose a las rejas, para entregar un ramo de flores a la niña y pedirle un duro a la mamá.

Buenas noches, madre; buenas noches, mujer dijo al entrar un hombre alto y de buen talante, que parecía tener de treinta y ocho a cuarenta años, y a quien seguía un muchacho como de unos trece. Vamos, Momo añadió , descarga la burra y llévala a la cuadra. La pobre Golondrina no puede con el alma.

Quedamos en que quiero a Margalida, y voy a su cortejo con el mismo derecho que cualquier muchacho de la isla. Hay que respetar los usos antiguos. Y sonrió ante el gesto malhumorado del payés. Pep movía la cabeza en señal de protesta, repitiendo que aquello era imposible.

Soltó el obrero el cáñamo, parose la rueda, y el que la movía salió lentamente del fondo negro, plegando los ojos a medida que avanzaba hacia la luz. Era un muchacho hermoso y robusto, como de trece años.

Al otro lado del rocín, ayudando cuando el vehículo se detenía en un mal paso, iba un muchacho de unos once años. Su exterior grave delataba al niño que, acostumbrado á luchar con la miseria, es un hombre á la edad en que otros juegan. Un perrillo sucio y jadeante cerraba la marcha.

Al retirarse a casa le decía Paz: Di, papaíto, ¿te han servido los papeles que te trajo aquel muchacho del Senado? Algo, algo: el chico no es tonto... tiene buena voluntad y parece listo. , ¿eh? Paz no sabía cómo sugerir a su padre la idea de que utilizara de algún modo los servicios de Pepe, pues comprendía que don Luis no necesitaba secretario ni escribiente.

El pobre muchacho se sentía sin fuerzas para seguir viviendo con la familia. Un obstáculo invisible se levantaba entre él y los suyos. Decía bien su tío don Juan.

Los demás comensales abrieron paso a la pareja, a la cual siguieron Bermúdez muy complacido, Fuertes algo maravillado, y don Adrián hasta orgulloso con aquel gallardo arranque del empecatado muchacho. El «flash»