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Entonces pudieron los hijos tratar de su rescate; pero Dali-Mamí pidió tanto por Miguel de Cervantes, que éste perdió la esperanza de salir del cautiverio y cedió su parte á Rodrigo, que consiguió la libertad en agosto de 1577.

De entonces acá, los estudios sobre Lope han venido siendo cada vez más numerosos e intensos, y en la valoración actual de nuestras letras, Lope de Vega, aunque sin el sentido universal de Cervantes, su no muy amado coetáneo, goza de una preeminencia y significación únicas en el orbe de la literatura española.

Huyó, en fin, como quien de su mala suerte huye, no como el cobarde que con la fuga el peligro evita, y fuese, sin saber por dónde iba, a casa del bachiller Carrascosa, aquel de quien ya se dijo era su grande amigo. En que se ve que nada ve la justicia relativamente a Cervantes, y se sabe que Cervantes se había perdido.

ROMANCERO SELECTO. Tomo I: Romances moriscos; con grabados y encuadernación, 2 pesetas 50 céntimos. CERVANTES. Novelas: un tomo encuadernado y con retrato del autor, 2 pesetas 50 céntimos. LOPE DE VEGA. La Dorotea: un tomo encuadernado con retrato del autor, 3 pesetas. Los pedidos de ejemplares ó suscriciones se harán directamente á la librería de D. Mariano Murillo, calle de Alcalá, 7.

Dieze, en sus notas á Velázquez y Navarrete, en la Vida de Cervantes, dice que el Arte nuevo de hacer comedias es del año 1602; Moratín le atribuye la fecha de 1609, y este dato parece el verdadero, porque el número de comedias, compuestas por Lope, que indica aquí, concuerda con el señalado por Pacheco en su apología del poeta, que precede á La Jerusalén conquistada, y excede considerablemente al expresado en el preámbulo al Peregrino en 1603.

Requirió su bolsa Cervantes, y hallose con que sólo tenía en ella tres reales sencillos y cinco cuartos con tres maravedises segovianos, que la pobreza era en él cosa continua, y las pagas del ejército no andaban tan prestas como hubiera sido menester.

; la campana de don Miguel, la que todas las tardes les avisaba el momento de sacudir la dulce pereza, de levantarse y comenzar los preparativos de partida... «Don Miguel» era Cervantes, y la campana la de un convento inmediato donde aquél había sido enterrado. Nadie conocía su tumba.

Contento estaba Cervantes con su buena aventura, que tan en claro le había puesto el encendido amor en que por él ardía doña Guiomar, y parecíale que ya su vida y su alma habían encontrado buen empleo, y la codicia de ver de nuevo a doña Guiomar le aquejaba, y de gozar otra vez de sus ardientes miradas, de las que para él se la salían del alma; pero temía, si iba, no le obligase ella con juramento a que nada intentase contra aquel enemigo de sus padres y suyo, que de tal modo había perseguido a su madre y a ella la perseguía.

Rosell, el docto Rosell, cuya prosa sólo puede rivalizar con sus versos; Escosura, siempre elocuente en sus escritos, siempre chistoso en su conversacion, siempre benévolo con la juventud de que eternamente formará parte; Arteche, el severo, inimitable historiador de la Guerra de la Independencia, el narrador ameno de la vida de Un soldado español de veinte siglos; Valera, el naturalmente correcto autor de Pepita Gimenez; Campoamor, el que hasta nombre ha tenido que inventar para su poesía, tan singular y extraña como avasalladora del ánimo y de la atencion; Oliván, el hablista rival de Cervantes y de Moratin, el que posee en su pluma una varita mágica que hace brotar poéticas flores sobre los problemas económicos y sobre las leyes agrícolas; Balart, el ingenioso crítico que vuelve sobre su olvidada pluma para terror de los poetas chirles, para regocijo de los que arrancan un elogio á su censura severa y sana; Canalejas, el ameno preceptista; Selgas, el incansable rebuscador de retruécanos y paradojas, el terrible censor de las modernas costumbres; Nuñez de Arce, el viril cantor de las angustias de la patria; Silvela, el fino y cáustico Velisla; Frontaura, el ingeniosísimo retratista del pueblo; Luis Guerra, el biógrafo, el vengador del autor insigne de La verdad sospechosa; Castro y Serrano, el que fué á Suez sin moverse de Madrid, el que escribió las Cartas trascendentales, y La Capitana Coock y Las Estanqueras; Alarcon, el Testigo de la guerra de África, el viajero De Madrid á Nápoles... Mil más que convierten el grupo de los escritores que tienen ya basada en sólido cimiento su reputacion, en un inmenso océano de cabezas.

Aqui llegabamos con nuestra platica, quando Pancracio puso la mano en el seno, y sacó dél una carta con su cubierta, y besandola, me la puso en la mano: leí el sobrescrito y vi que decia desta manera. A Miguel de Cervantes Saavedra, en la calle de las Huertas, frontero de las casas donde solia vivir el Principe de Marruecos, en Madrid. Al porte: medio real, digo diez y siete maravedís.