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El cinismo brillaba en sus ojos. Fermín apretaba los dientes y hundía sus manos en los bolsillos, haciéndose atrás, como si temiese las palabras crueles que iban a salir de la boca del señorito. ¿Y tu hermana? prosiguió. ¿No tiene ella la culpa? eres un infeliz, un chiquillo. Créeme; a la que no quiere, no la fuerzan. Yo soy un perdido, conforme; pero tu hermana... tu hermana es algo...

Vestía un diminuto pantalón de tosco paño con chaqueta de lo mismo, cuyas reducidas dimensiones permitían a la camisa formar en torno de su cintura un pomposo buche, como que los pantalones estaban mal sostenidos por un solo tirante de orillo. Haz una vieja, Manolillo decía Anís. Y el chiquillo hacía un gracioso mohín, cerrando a medias los ojos, frunciendo los labios y bajando la cabeza.

El hongo gris, la faja roja, las recortadas patillas destacándose sobre el rostro color de sebo, y sobre todo el ojo blanco, sin vista, frío como un pedazo de cuarzo de la carretera, en suma, la desapacible catadura del Tuerto de Castrodorna dejaron absorto al chiquillo.

Estos terroristas tienen también sus momentos de terror; Rosas también lloraba como un chiquillo y se daba contra las murallas cuando supo la revolución de Chascomús, y once enormes baúles entraban en su casa para recoger sus efectos, y embarcarse una hora antes de que le llegara la noticia del triunfo de Alvarez. ¡Pero, por Dios! ¡No asustéis nunca a los terroristas! ¡Ay de los pueblos desde que el conflicto pasa!

«Mañana dijo ella , irás conmigo a verle». A quién... ¿al chiquillo de Nicolasa?... ¡Yo! Aunque no sea más que por curiosidad... Considéralo como una compra que hemos hecho las dos maniáticas. Si compráramos un perrito, ¿no querrías verle? Bueno, pues iré. Falta que mamá me deje salir mañana... y bien podría, que este encierro me va cargando ya.

Al oír esto, Fortunata tuvo un retroceso en su salvaje idea, y cogiendo al chiquillo, que empezaba a rezongar, se lo llevó al seno. La madre lloraba, el chico también, y el gran Ido apareció otra vez en la puerta sin decir nada, contemplando a marido y mujer con miradas semejantes a las de las estatuas de yeso o mármol, pues parecía no tener niñas en los ojos.

¿Es mejor que el de María Huerta? preguntó con tonillo irónico, donde no se adivinaba, sin embargo, gran irritación. Pepa había cambiado de plan: pensó que sería mucho mejor adoptar la vía diplomática. A un chiquillo como Emilio, que no había sido indócil hasta entonces, era fácil atraerlo con el cariño. Aquél, en la oscuridad del coche, se había puesto colorado. El de María Huerta no vale nada.

Está escrito en francés, con muy primorosa letra por cierto, y traducido dice así: "Al muy alto y muy poderoso Barón León de Morel, de su fiel amigo Claudio Latour, Capitán de la Guardia Blanca, castellano de Biscar, señor de Altamonte y vasallo del invicto Gastón, Conde de Foix, señor de alta y baja justicia." ¿Qué tal? dijo el arquero recobrando el precioso documento. Vales mucho, chiquillo.

Lo que no sucede en un año sucede en un día, Sabel advirtió gravemente el capellán . ¡No debe consentir que le emborrachen al chiquillo: es un vicio muy feo, hasta en los grandes, cuanto más en un inocente así! ¿Para qué le aguanta a Primitivo que le tanta bebida? Es obligación de usted el impedirlo.

Pero vamos a ver, nena: ¿No me guardas rencor por haberte abandonado, dejándote en la miseria, con tus vísperas de chiquillo y en poder de Juárez el Negro? Ningún rencor te guardo: Entonces estaba rabiosa. La rabia y la miseria me llevaron con Juárez el Negro. ¿Creerás lo que te voy a decir? Pues me fui con él por lo mucho que le aborrecía.