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Fijo en las cartas que tenía en la mano, envuelto en su talma gris con la cruz roja en el pecho, iba creciendo por momentos ante los ojos turbados de la pobre Josefina. No comprendía que hubiese en el mundo nada más grande, más imponente y digno de respeto que aquel noble señor. De esta misma opinión participaba D. Pedro.

Estos caractéres dicen bastante para apreciar en qué afecciones reumáticas, artríticas, epileptiformes y paralíticas se ha podido emplear el ambar gris, y el partido que se haya podido sacar en casos de este género. Los síntomas concernientes á los órganos de los sentidos, espresan el mismo eretismo, confundido primero con el orgasmo, pero tendiendo siempre á la debilidad, á la astenia.

Pudiera llamárseles con propiedad los camaleones del mar. La sepia tiene el exquisito perfume, el ámbar gris, que sólo se encuentra en la ballena como residuo de las innumerables sepias que absorbe. Los marsuinos hacen también gran carnicería entre ellas.

Unos ojos gris claro, inmensos, cándidos y dulces, con reflejos cambiantes a la espesa sombra de unas pestañas muy negras... Es encantadora, amigo mío, esta hija de Lacante. ¿Cómo diablos se las habrá compuesto para dotar al mundo de esa flor de poesía?

Los sargentos dictaban cifras, comunicadas en voz baja por otro artillero que tenía en una oreja el auricular del teléfono. Los sirvientes obedecían silenciosos en torno del cañón. Tocaban una ruedecita, y el monstruo elevaba su morro gris, lo movía á un lado ó á otro, con la expresión inteligente y la agilidad de una trompa de elefante.

Con mis correrías incesantes, si no logré hacerme a la tierra tan pronto y tan completamente como esperaba mi tío y lo deseaba yo, cuando menos mataba el tiempo de día y hallaba por la noche temas abundantes para amenizar un poco la tertulia de la cocinona y las conversaciones de la mesa de mi tío; comía con excelente apetito, y los condumios de la mujer gris y de su repolluda hija me sabían a gloria; sentíame animoso y fuerte, y me dormía como una marmota en cuanto tendía el cuerpo sobre la cama; descuidaba mucho la lectura de los periódicos que recibía de Madrid, y al escribir a mis amigos, ya no iban mis cartas empapadas en el tinte melancólico de los primeros días; íbame pareciendo más llevadera la visión incesante de los peñascos en mi derredor, y la miserable cortedad de los horizontes no me asfixiaba; en fin, que si no me había «hecho a todo», concebía ya la posibilidad de ello.

Entonces se diseñaba la estructura poderosa de sus miembros, su pecho levantado se ensanchaba como si fuera a hacer estallar la gruesa capa gris que lo encerraba dentro de sus pliegues.

Instantáneamente apareció junto a la mesa del abogado un hombre de siniestra catadura, hasta entonces oculto en un rincón. No vestía como los labriegos, sino como persona de baja condición en la ciudad: chaqueta de paño negro, faja roja y hongo gris; patillas cortas, de boca de hacha, redoblaban la dureza de su fisonomía, abultada de pómulos y ancha de sienes.

La de Ribert es el vivo retrato de su hija o más bien, ésta es la reproducción exacta de lo que ha debido de ser su madre. El cabello gris de la de Ribert, parece ser el sucesor designado de la opulenta cabellera de Genoveva.

Su rostro gris se volvió de una palidez gredosa, sus ojos salieron de sus órbitas, y sus viejos y secos dedos apretaron como garras el papel que temblaba.