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Pero de repente se enderezó, se volvió y dió á correr como un insensato en dirección á la calle Ancha de San Bernardo, atraído por ese magnetismo horrible que existe entre el asesinado y el asesino. Cuando llegó hubo de detenerse; la afluencia de gentes le había cortado el paso. La calle estaba llena. Y nada tenía esto de extraño.

Por fin las campanas de San Vicente comienzan a repicar anunciando la salida de los reos, y a ambos lados de la Calle Ancha, los soldados acuestan las alabardas conteniendo con pena al gentío, cuyo forcejeo incesante amenaza romper la doble valla de madera que viene de las cárceles y circunda uno y otro cadalso. La procesión se acerca. Un resplandor de alabardas cruza la Calcetería.

De una ancha correa cruzada al hombro pendía henchido zurrón de los que por entonces usaban los viajeros; llevaba en la diestra un grueso bastón herrado y en la otra mano su gorra de paño pardo, que tenía cosida al frente una gran medalla con la imagen de Nuestra Señora de Rocamador. Veo que estás ya pronto á ponerte en camino, hijo querido.

Era evidente que Eppie, con sus pequeños pasos vacilantes, hacía vacilar a su gusto a su papá Silas cualquier día en que las circunstancias favorecieran su travesura. Por ejemplo; él había elegido una ancha faja de lienzo a fin de atar a Eppie a su telar cuando estaba muy ocupado.

La luna brillaba en toda su plenitud y el camino se destacaba como ancha franja blanca. Nuestras cabalgaduras no habían dejado el menor rastro sobre la tierra endurecida. ¡Ahí están! murmuró Sarto. ¡Es el Duque! Me lo figuraba contestó.

La bahia de Barragan, que está 12 leguas al sud-oeste de Buenos Aires, es tambien muy ancha y abierta, y la tierra baja al rededor, no pudiendo los navios de carga mayor llegar mas que á dos ó tres leguas de tierra. Montevideo es el mejor y el único puerto de este rio.

Su carne tal vez resultaba un poco blanda, á causa de su maravillosa blancura, pero esparcía un perfume fresco, «olía á agua corriente», según la expresión de sus admiradores. Una nariz demasiado ancha, cuyas aletas se agitaban en momentos de emoción con un estremecimiento caballuno, recordaba á su glorioso ascendiente el viril cosaco de la zarina.

Estamos en la ciudad, en una de sus calles principales y frente a un portal no muy limpio, pero muy espacioso; subimos el primer tramo de la ancha escalera que de él arranca; atravesamos, sin detenernos, la puerta del entresuelo, en la cual se lee, sobre bruñida chapa metálica, el siguiente letrero: SIMÓN C. DE LOS PE

Pensaba detenerse en la calle de Bravo Murillo, frente a la fábrica de gorras donde trabajaba Feli; aguardar la salida de ésta para hablarla de la fortuna que inesperadamente embellecía su vida. Paseando por un andén de la ancha calle, más allá de los Depósitos viejos, vio Isidro venir a un antiguo conocido. Vaya usted con Dios, don Vicente.

Luego un caballero en quien don Juan se reconocía, salía precipitadamente de un palco proscenio, bajaba una escalera ancha, atravesaba un patio, subía otra escalera muy estrecha, cruzaba un pasillo lleno de mujeres, unas sudorosas, otras tiritando, todas casi desnudas, y sin hacer caso de ellas ni de sus dicharachos y sus risas, se detenía ante una puerta, sobre la cual estaba escrito este letrero: Señorita Moreruela.