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Esta pieza comunicaba con los departamentos que después de la muerte de mi tío, se habían cerrado para no abrirse más, y olía de tal modo a tasto y moho que casi me asfixié. Apresureme a abrir la ventana, que era muy pequeña, no tenía postigos ni persianas y daba sobre el jardín; en seguida procedí a mis investigaciones. Mas ¿cómo descubrir a Francisco I en medio de todos aquellos volúmenes?

Ana tuvo aprensión de que olía a incienso el blanquísimo gato; de todas maneras, parecía un símbolo de la devoción doméstica de doña Petronila.

Pero lo que él ambicionaba era tener sermones, que uno con otro le salían lo menos a dos o tres duros, suponiendo que fuera cierta la calumnia antes apuntada. El primer sermón que pronunció hizo poco efecto a sus nuevos compañeros; todos dijeron que olía a pueblo: con el segundo le ocurrió lo mismo, y en vista de ello determinó estudiar los ajenos para perfeccionar los propios.

En toda la casa reinaba el silencio de una caja almohadillada; el ambiente era tibio y estaba ligeramente perfumado por algo que olía a cera y a estoraque y acaso a espliego.... Ana sentía una somnolencia dulce pero algo alarmante; se estaba allí bien, pero se temía vagamente la asfixia. Doña Petronila tardaba.

No era el de todas las noches: también él olía a chufas, y varias veces sus ojos, apartándose de la masa, se encontraron con la mirada bizca y socarrona del tirano. De él podía decir cuanto quisiera: estaba acostumbrado; ¿pero hablar de su novia?... ¡Cristo!... El trabajo resultaba aquella noche más lento y fatigoso.

Tenía que confesar que «la parte animal, la bestia, el bruto, estaba en él mucho más desarrollado de lo que había creído». No pensaría Bonis que el inofensivo flautista que olía a aceite de almendras, tenía dentro de aquel turcazo voluptuoso que se dejaba querer al estilo artístico-oriental tan ricamente.

En lo que se había adelantado a su tiempo era en los pantalones, porque los traía muy cortos. Siempre llevaba guantes, hiciera calor o frío, fuesen oportunos o no. Para él siempre había el guante sido el distintivo de la finura, como decía, del señorío, según decía también. Además, le sudaban las manos. Aborrecía lo que olía a plebe. Los republicanitos tenían en él un enemigo formidable.

Es una biblioteca maravillosa, admirablemente organizada, abierta constantemente para los poetas, y servida por pequeños bibliotecarios con címbalos que no cesan de dar música. El cuento es bonito, aunque peque de inocente, y voy a tratar de narrarlo como lo leí ayer mañana en un manuscrito de color del tiempo, que olía muy bien a alhucema seca y cuyos registros eran largos hilos de la Virgen.

La gatita de Mari-Ramos se escapó por el tejado, en amor y compaña de un gato pizpireto, que olía a almizcle y que tenía la mano suave. Demos tiempo al tiempo y no andemos con lilailas y recancanillas. Es decir, que mientras los amantes apuran la luna de miel para dar entrada a la de hiel, podemos echar, lector carísimo, el consabido parrafillo histórico.

Recibiéronle criados y familiares; hízosele esperar a que Su Ilustrísima terminara la misa que cotidianamente rezaba, y entráronle, atravesando pasillos y corredores, en una habitación cuyo aspecto parecía pedir señores de casacón y damas con faldas de medio paso. Cuanto había en ella olía a siglo pasado.