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Hay que regenerar el gusto del público: nada de revistas ni pantorrillas..., ésas para usted y para . Arte serio; ya ve usted que la Moreruela es indispensable.

Don Juan no incurrió en la torpeza de volver al cuarto de la señorita Moreruela a la noche inmediata, ni a la siguiente, ni a la otra: dejó pasar algunos días, hasta que hubo estreno en que ella trabajase; de modo que al verle entrar en su cuarto no sospechó que fuese por visitarla, sino con ocasión de la obra nueva.

Luego un caballero en quien don Juan se reconocía, salía precipitadamente de un palco proscenio, bajaba una escalera ancha, atravesaba un patio, subía otra escalera muy estrecha, cruzaba un pasillo lleno de mujeres, unas sudorosas, otras tiritando, todas casi desnudas, y sin hacer caso de ellas ni de sus dicharachos y sus risas, se detenía ante una puerta, sobre la cual estaba escrito este letrero: Señorita Moreruela.

Sirvió el mozo lo que le habían pedido; comenzó don Juan haciendo muecas al beber cerveza, quitó la chica un pelo que traía la tostada y, guardándose las sobras del azúcar, habló de este modo: Ya he dicho que vivo lejos. ¿Dónde? Es que si paece usted por allí y huele mi señorita que tengo yo la culpa, me planta en la calle. ¿Tu señora se llama doña Cristeta Moreruela?

Mas su verdadera satisfacción fue a la mañana siguiente, cuando en la sección de espectáculos de un periódico leyó que la señorita Moreruela era de agraciada figura y tenía brillantes disposiciones, y estaba llamada a conquistar grandes triunfos en el difícil arte a que se dedicaba.

Rasgó el sobre: lo que dentro venía era una tarjeta: el nombre litografiado decía: Cristeta Moreruela de Martínez, y encima, escritas con lápiz y mano temblorosa, estas palabras: «He ido asta la puerta de tu casa, y me a faltado balor. No pidas lo imposible. Perdona a esta pobre mujer que sufre mucho, y holbídame adiós para sienpre.

A la hora de la comida oyó que uno de varios huéspedes que había sentados cerca de ella decía, mirándola de reojo: «La Moreruela está hoy más guapa que nuncaCristeta pensó: «¡Mejor para mi JuanEn el teatro, durante la función, trabajó apriesa; por su gusto hubiese llevado a escape las escenas, no movida de la grosera impaciencia del deseo, sino dulcemente estimulada por el anhelo de ver a Juan.

La cuenta de la fonda no había que pensar en pagarla hasta más tarde: no hiciese el diablo que Cristeta por casualidad se enterara y se escamase. Al día siguiente, comió mientras Cristeta estaba en el teatro; pagó al amo, en persona, y le entregó la carta para la pobre muchacha, diciéndole: No sabía que la Moreruela y yo éramos vecinos de cuarto. Dele usted esto.

Cristeta recibió el presente por la tarde, antes de ir al teatro, y abrió la caja con alegría infantil mezclada de sorpresa, como Margarita debió de abrir el estuche de las joyas. En uno de los casilleros destinados al hilo había una tarjeta de don Juan, y bajo su nombre estas palabras escritas con lápiz: «B. L. P. a su amiga la señorita de Moreruela y le envía ese humilde recuerdo».