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Otras veces dijo dulcemente Elena, inclinada hacia los fétidos harapos, recuerda usted el tiempo en que se le enseñaba esta hermosa oración: «Dios mío, perdónanos, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendidoLa Briffarde volvió hacia ella aquellos ojos que se apagaban, y sus facciones contraídas tomaron una expresión de paz.

La dama detuvo dulcemente sus transportes y le dijo: Cuando usted me hubiera dado un millón, ¿creería usted haberme pagado? El duque protestó, pero sus ojos decían, y no sin razón, que desde el momento en que la virtud se pone en venta, un millón no es un precio despreciable.

La anciana sonrió dulcemente, y salió del comedor. A poco apareció en la puerta, mostrándome la carta deseada. ¿Qué me das por esto? Un abrazo. ¡Es poco! Un beso. Es poco. Pues entonces, ¿qué quiere usted? ¡Tu cariño! ¡Tu cariño, muchacho, que con eso me basta! La señora llegó hasta , me abrazó, me acarició dulcemente, y puso delante de la carta de Linilla, diciéndome: ¡Ay, Rorró!

Sintió la misma alegría de los frescos amaneceres del verano. ¡Hermosa mañana! Pero ¿qué habitación era aquella?... Miró con extrañeza el lecho y cuanto le rodeaba. De pronto la realidad asaltó su cerebro, paralizado dulcemente por los primeros esplendores del día.

Cada vez que mi mano toca la de usted, un estremecimiento me recorre todo el cuerpo y experimento una sensación tan dulcemente extraña que me conmueve hasta la raíz del cabello. Cuando usted se aleja por un instante, cuando no puedo verle ni oírle, se hace un gran vacío a mi alrededor y siento que hasta la tierra me falta bajo los pies.

Soledad levantó los ojos y le miró á la cara con sorpresa y curiosidad. El majo había pronunciado las últimas palabras con emoción. Todo eso será verdad, Velázquez... pero estoy convencida de que ni yo puedo hacerte feliz á ti ni puedes hacerme feliz á repuso la joven dulcemente, pero con firmeza.

Sentíase arrebatada por él en medio del torbellino de parejas y se creía sola. ¡Ella y él!, y la música acariciando los oídos y el corazón, interpretando dulcemente las inefables impresiones que palpitaban en el fondo de su alma.

Muy bien asentí; y diez minutos después la acompañaba hasta abajo y le hacía subir, sonriendo dulcemente, en su elegante victoria, cuyo cochero y lacayo vestían ahora de luto. ¿No es verdad que suponen ustedes que estaba jugando una peligrosísima partida? Y era así, en efecto, como después tendrán ocasión de verlo.

Hay que tenerle lástima. ¡Lástima, cuando es un sinvergüenza, un perdido, que deshonra a la familia! Un desgraciado, más bien, mamá replicó dulcemente la niña. Misia Gregoria se sentó.

La superioridad no se observa en su estilo; permanecía en su alma, y ésta residía en el corazón principalmente, lugar en donde la Naturaleza ha colocado el genio de la mujer, puesto que las obras de la mujer son todas hijas del amor. De suerte que únicamente por la simpatía se siente el hombre unido a ellas. Esta superioridad, casi incomprensible e inofensiva, nos subyuga dulcemente.