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Imposible es comprender hoy la obscuridad que proyectaban sobre la entrada de la Carrera el ancho paredón del Monasterio de la Victoria por un lado, y la sucia y corroída tapia del Buen Suceso por otro. Más allá formaban en línea de batalla las monjas de Pinto; por encima de la tapia, que servía de prolongación al convento, se veían las copas de los cipreses plantados junto á las tumbas.

Mi tía, que no era mujer de esperar, se puso también en marcha hasta la bocacalle y me arrastró consigo. En una vieja casa de la vereda norte de la cuadra de Victoria entre Bolívar y Perú se agolpaba la muchedumbre, y de cuando en cuando un cohete volador que partía desde el interior de la casa, atronaba los aires.

Engañada por estas halagadoras palabras, la condesa exclamó alegremente: Os creo, la victoria me ha causado a también una viva impresión. Desde que estoy cierta del triunfo, mi corazón se ha aliviado de un peso enorme.

Sea quien sea el autor continuó el suboficial , esta guerra es triste. ¡Cuántos hombres muertos!... Yo estuve en Charleroi. Hay que ver de cerca la guerra moderna... Venceremos; vamos á entrar en París, según dicen, pero caerán muchos de los nuestros antes de obtener la última victoria...

Estando este ruido y hervor de combate, pareció en el fuerte una paloma blanca con algunas pintas, la cual, entre tanto que pasó el dicho combate, andaba volando alrededor del fuerte; y como los cristianos hobieron la victoria, se fué, que no la vieron más después, ni primero la habían visto, si no es aquel día.

El humo, el fuego, los gritos, el estrago y el tropel, el polvo que en remolinos levantan los fuertes piés, hacen una zambra horrible en que danza Lucifer, y ni ceden los cristianos ni el moro piensa en ceder, que todos de la victoria buscan el noble laurel.

Vea usted: estábamos, como hoy, después de una gran victoria, en alguna parte..., yo no dónde..., en una especie de barracón de madera, de gruesas vigas, rodeado de una empalizada.

Es justo deste quede gran memoria, Que su fin lo merece lastimoso, Y pues llevò la palma de victoria, Gozoso le nombremos y dichoso. Yo espero nuestro Dios le dió la gloria, Que yo le conocì por virtuoso, Y oidme aquesta grande maravilla, Que mas me mueve

Y atento y obsequioso, corrió a estrechar la mano de la Victoria Colonna del siglo XIX, una jamona muy madura, de metro y medio de largo y doce arrobas de peso, vestida de Safo, con corona de mirtos en la cabeza, lira de latón dorado en la mano, y en la chata nariz ¡Manes de Phaon, estaos quedos! ¡gafas de oro!...

Herminia se aproximó instintivamente á su marido, como si esperase necesitar su protección. Desde esta mañana os veo regocijaros; os oigo cantar victoria ... y os dejo hacer. Hay que gozar de los buenos instantes, cuando se presentan; siempre es esto una ventaja sobre los fastidios de la existencia.