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Por la fuente de plata que os habéis traído. ¿Y comió mucho la reina? ¡Quia! no... ni el padre Aliaga... ¿Y te has comido las dos?... . Ven, hijo mío, ven... ven á las cocinas... voy á darte aceite, que es bueno para que arrojes... ¡Oh! ¡Dios mío!... Tengo ansias, tío... El bufón asió al mozo y le arrastró consigo.

Y mezclándose cautelosamente entre los combatientes sin ser percibido por Toribión arrastró á su amigo fuera de la pelea y echándoselo luego sobre los hombros lo condujo hasta el pórtico.

Don Príamo Febrer, herido en la cara y en una pierna, se arrastró hasta una puerta de la ciudad, clavando en ella su puñal como testimonio de su avance.

Y la arrastró, embargado por el entusiasmo, hacia el diván, la obligó a sentarse de nuevo y se dejó caer de rodillas besando con fervor sus manos enguantadas. ¡Jesús, qué locura! exclamó la dama un tanto confusa . ¡Vaya una cosa para hacer tales extremos!

¡Tengo esperanzas! le contestó su amiga. ¿Es posible? contestó Beatriz y arrastró a aquélla al salón. La señora de Aymaret relatóle entonces todos los detalles de su entrevista con Fabrice, procurando persuadirla y persuadirse a propia de que la impresión que le había producido era favorable, pero la noticia del viaje repentinamente proyectado por su marido, aterró a Beatriz.

Y saliendo de la cabaña, con la cabeza desnuda, la arrastró rápidamente, y a través de las rocas que bordean la costa, alcanzaron bien pronto el camino de Saint-Pol. ¡Adelante, famoso bricbarca! Desde el codaste hasta la gavia No hay otro en el arsenal Que con él se pueda igualar; Viento en popa y adelante. Canción del marinero.

Pero Blanca, con una resolución repentina, me arrastró fuertemente del brazo que me tenía asido y me sacó del descanso de la escalera en que nos habíamos detenido. Vaya, ¿qué tiene de particular? preguntó Blanca retirándose y mirando a la madre... ¿Tiene algo de malo lo que hemos hecho? y encogiéndose de hombros con un movimiento brusco, agregó con una carcajada: ¡Vamos a cenar!

Y arrastró riendo al chico, que caminaba ahora de bonísima gana, hacia una fuente próxima, y allí le lavó y le peinó con las manos todo lo esmeradamente que pudo. Pues digo que, por estos y otros síntomas semejantes, me parecía que la hermana no estaba haciendo una esposa de Cristo modelo; esto sin tratar de ofenderla.

Entrando en el cuarto, arrastró un banquillo hasta el sillón del paralítico; sentose, y dijo echándose la manta sobre las espaldas: Señores, si les es igual, como estamos un poco estrechos, me quedaré aquí esta noche. Puso en su mano la mano marchita del inválido y volvió la mirada al fuego que se extinguía lentamente.

A los pocos segundos la desdichada sangraba por todas partes, pero no exhalaba una queja. En cambio, Ángela gemía pidiendo compasión, sin atreverse a intervenir para defenderla. La vara se quebró al medio. Con los cachos aún estuvo aporreándola buen espacio. Cuando se cansó, asiola por los cabellos y la arrastró hasta el cuarto, donde la dejó exánime y ensangrentada.