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Preguntó Cacambo con mucha humildad qué religion era la del Dorado. Otra vez se abochornó el viejo, y le replicó: ¿Acaso puede haber dos religiones? Nuestra religion es la de todo el mundo: adoramos á Dios noche y dia. ¿Y no adorais mas que un solo Dios? repuso Cacambo, sirviendo de intérprete á las dudas de Candido.

Apretaba la frente contra los pies del Redentor, respirando ansiosamente y con cierta opresión, y sentía latir en sus sienes la sangre con singular violencia, mientras el dorado y sutil vello de su nuca se levantaba de un modo imperceptible a impulso de la emoción que la embargaba. De vez en cuando sus labios, pálidos y trémulos, decían en voz baja: ¡Sigue, sigue!

Asegúrase que las hojas de sus puertas, de todas dimensiones, eran 15,000, revestidas de hierro bruñido ó cobre dorado y plateado. Sufragóse este inmenso gasto con el tercio de las rentas del imperio destinado á las construcciones y obras públicas .

Mira: la noche llega, un planeta dorado allá su luz desplega, la bruma de los valles se extiende por doquier; apenas por la sombra cruza algun peregrino, todo busca reposo; del árbol del camino el viento de la tarde hace el polvo caer.

En la iglesia, hecha un ascua de oro, con cortinas de terciopelo del barato, cenefas de papel dorado, candilejas mil, enormes ramilletes de trapo y unos pabellones que parecían de teatro de tercer orden, había tal concurrencia, que era muy difícil penetrar en ella.

Lope de Vega dice así en El laurel de Apolo: «Aquél en lo dramático tan sólo, Que no ha tenido igual desde aquel punto, Que el coturno dorado fué su asunto. Miguel Sánchez, que ha sido El primero maestro que han tenido Las musas de Terencio.» V. también La Arcadia, lib. V. Viaje al Parnaso, pág. 23.

Era por dentro la casa blanca, como por fuera, y toda ella, salvo el colgadizo, tenía el piso cubierto por una alfombra espesa como de un negro dorado, que no llegaba nunca a negro, con dibujos menudos y fantásticos, de los que el del ancho borde no era el menos rico, rescatando la gravedad y monotonía que le hubiera venido sin ellos de aquella masa de color oscuro. ¡Gentes, carruajes, caballos!

Además, se deslizaba en silencio bajo arcos de verdura apenas interrumpidos lo bastante para que el sol dejara pasar tal cual dorado, tembloroso rayo. Después de un momento de silencio, Pierrepont interpeló bruscamente a su compañera en ese tono, medio serio, medio irónico, que era de uso entre ellos. ¡Señora de Aymaret! ¡Mi querido amigo! ¿Sabe usted que quieren casarme? ¡Es natural!

Ocultaba el biombo la cama de Nucha, de copete dorado y columnas salomónicas, y la cunita de la niña. Inmóvil por espacio de algunos segundos, la señorita recobró de improviso la acción. Se inclinó hacia el barreño y arrancó de golpe a su hija de brazos de Perucho.

Todos los sucesos están encadenados en el mejor de los mundos posibles; porque si no te hubieran echado á patadas en el trasero de una magnífica quinta por amor de Cunegunda, si no te hubieran metido en la inquisicion, si no hubieras andado á pié por las soledades de la América, si no hubieras pegado una birena estocada al baron, y si no hubieras perdido todos tus carneros del buen pais del Dorado, no estarias aqui ahora comiendo azamboas en dulce, y alfónsigos.