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Saben que de una a dos el regimiento atravesará la aldea, y les han prometido llevarlos a ver pasar los soldados, y para ellos, tanto como para Bettina, la vuelta del 9.º de artillería es un gran acontecimiento. Tía Betty dijo Bella, tía Betty, ven con nosotros. , ven dijo Harry, ven, veremos a nuestro amigo Juan sobre su gran caballo moro.

Un soldado de su guardia que le vio salir, tuvo algunas sospechas de su intento y temeroso de que el rey cayese en alguna asechanza, se armó y le siguió de lejos. Llegado que hubo el monarca al sitio que todavía se llama la Fuente del Rey, y que era entonces un lugar muy agreste, se detuvo aguardando a que se presentase el moro.

Oyendo lo cual Sancho Panza, rompió el silencio, y dijo: ¡Voto a tal, así me deje yo sellar el rostro ni manosearme la cara como volverme moro! ¡Cuerpo de ! ¿Qué tiene que ver manosearme el rostro con la resurreción desta doncella? Regostóse la vieja a los bledos.

Aquel juego se perdió. Moro dirigió una mirada a sus compañeros y alzó los hombros con resignación. En cuanto Valero se apartó un poco, apresurose a decir por lo bajo: No quise contrariar a D. Enrique; pero aquel juego no se podía ganar. Vindicada con estas palabras su fama, quedó tan alegre como si les hubiera dado una bola.

Así comienza un manifiesto del rey moro de Coimbra: Alboucen Iben-Mahumet, Iben-Tarif, bellator fortis, vincitor Hispaniarum, dominator Cantabriæ Gothorum et magnæ litis Roderici, etc. Bibliotheca Arabico-hispana Escurialesius, tomo I, págs. 136 y 144.

En el prólogo de su poema narrativo El moro expósito, demuestra con tanta claridad como elocuencia la índole arbitraria y absurda del llamado clasicismo, que cubre como el moho á las flores de la poesía, y habiendo contribuído indudablemente, y no en parte poco considerable, con sus palabras persuasivas, á derruir ese sistema importado de otros países.

Ese es grande desvario: Hay mas gusto que ser moro? Mira este galan vestido Que mi amo me le ha dado, Y otro tengo de brocado Muy mas rico y mas pulido.

MEND. ¡Gracias al cielo que estos muros veo, Ya de mi cautiverio el cuello libre! ¡Oh generoso Alcaide!, claro ejemplo De aquellos capitanes felicísimos Cuyas cenizas honra Italia y Grecia. Mas ¿cómo es esto? Salgo de entre moros Y el primero que encuentro es moro en casa. NU

Iñigo, lleno de agradecimiento hacia el noble moro, regresa de su cautiverio; pero en el camino se le aparece de repente un caballero con traje cristiano, en el cual reconoce á Abdallah con no escasa extrañeza suya.

-Yo lo haré así -respondió el muchacho; y prosiguió, diciendo-: Esta figura que aquí parece a caballo, cubierta con una capa gascona, es la mesma de don Gaiferos, a quien su esposa, ya vengada del atrevimiento del enamorado moro, con mejor y más sosegado semblante, se ha puesto a los miradores de la torre, y habla con su esposo, creyendo que es algún pasajero, con quien pasó todas aquellas razones y coloquios de aquel romance que dicen: Caballero, si a Francia ides, por Gaiferos preguntad;