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Inútil paréceme decir que Rocchio, el molido y sin ventura, era de éstos; deslumbrado por el sello oficial que se atribuía a todas las operaciones de Esteven, se había metido con él en un negocio que prometía el oro y el moro, y más todavía: ciegamente, las manos atadas.

»Digo, pues, que encima del patio de nuestra prisión caían las ventanas de la casa de un moro rico y principal, las cuales, como de ordinario son las de los moros, más eran agujeros que ventanas, y aun éstas se cubrían con celosías muy espesas y apretadas.

Grave peligro de muerte amenaza un día á Meléndez en una batalla, del cual pudiera librarlo Rodrigo; pero lo abandona su cobarde é ingrato hijo, salvándole inesperadamente un mancebo moro; éste es Celín, nacido de los amores de Meléndez y de Fátima, que oye la voz de la naturaleza, y es arrastrado por ella hacia su padre con fuerza irresistible.

Acertóse otro día á ahorcar un ladrón que estaba días había condenado. Los moros se dieron á entender que era por la revuelta, y así tornaron á la contratación como de primero. El jeque ahorcó otro moro de los que habían sido origen del alboroto.

Si sabiendo lo que es esta chica le pidiera a uno antes el oro y el moro, daría hasta la última peseta; conque, ¡fuera tacañería!» Y siguió el monólogo. «Veinte mil... treinta mil reales... mil... mil quinientos... Bueno, mil duretes, cifra redonda. En su vida ha visto tanto dinero junto. Casi puede decirse que no hay en Madrid mujer que no se logre con eso; aunque no, todas no.

Xama y otro moro, que servían en la compañía de Suero de Vega, salieron una noche por la isla á tomar lengua y trujeron un moro. Desde á dos noches tornó á salir Lope Osorio, teniente de la misma compañía, y dió en unos casales, cerca de su campo, y trajo siete moros y moras y mató algunos que se defendieron. Hecha la paz dió el Duque libertad á todos y los pagó á los soldados.

¿Á dónde os encamináis esta mañana, moro de paz? preguntó á Roger apenas le vió. Á Munster, á casa de mi hermano, donde permaneceré probablemente algún tiempo, contestó Roger. Decidme lo que os debo, buena mujer. ¿Lo que vos me debéis? exclamó la ventera, que contemplaba admirada la muestra pintada por el joven la noche anterior.

Si en este caso, Aurelio, nos bastase Mostrar á estos voluntad trocada, Sin que el daño adelante mas pasase, Tendrialo por cosa yo acertada, Porque deste fingir se grangearia El no estorbarnos nuestra vista amada: Decir á Zara que por causa mia No te muestras tan aspero, y al moro Decir que mucho puede tu porfia, Y guardando los dos este decoro Con discrecion, podremos facilmente Aplacar con el vernos nuestro lloro.

La muchedumbre recordaba esta historia, repetida de generación en generación, sin más crédito que las tradiciones ni otros documentos justificantes que la fe popular, y daba vivas al padre San Bernardo, convencida de que era el primer ministro de Dios como lo había sido del rey moro de Valencia. Se organizaba rápidamente la procesión.

«Que ningun moro ni mora serán apremiados á ser cristianos contra su voluntad; y que si alguna doncella, ó casada, ó viuda, por razon de algunos amores se quisiere tornar cristiana, tampoco será recibida hasta ser interrogada