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El moro Tarfe promete á su amada Alisa depositar á sus pies las cabezas de los tres campeones cristianos más famosos, á saber, de Gonzalo de Córdoba, del conde de Cabra y de D. Martín de Bohorques. Ella no atribuye gran precio á este don, y sólo desea alejar á su amante, porque ama á Celimo, que no le corresponde por la amistad que lo une á Tarfe.

NARV. Pues ármate, Nuño amigo, Que esta noche te prometo Al moro infame castigo. ¡Camisa, y ensangrentada! ¡Vive Dios que, ésta vestida, No se mude ni otra pida Hasta que con esta espada Quite al perjuro la vida!

Con esto se consoló algún tanto, pero desconsolóle pensar que su autor era moro, según aquel nombre de Cide; y de los moros no se podía esperar verdad alguna, porque todos son embelecadores, falsarios y quimeristas.

Pero entonces llevaría turbante y chinelas amarillas, como el moro que yo vi hace treinta años cuando fui a Cádiz: se llama el moro Seylan. ¡Qué hermoso era! Pero para , toda su hermosura se le quitaba con no ser cristiano. Pero más que sea judío o moro, no importa: socorrámosle. Socorrámosle aunque sea judío o moro repitió el hermano. Y los dos se acercaron a la cama.

Vendiómela de aburrido, Diciendo que no ha podido, Mientras la tuvo en poder, En ningun modo traer Al amoroso partido. Pusela en casa de un moro, Sin osarla traer acá, Y alli está donde ella está Todo mi bien y tesoro, Y quanta gloria amor da. Alli se ve la bondad, Junta con la crueldad Mayor, que se vió en la tierra, Y juntas sin hacer guerra Belleza y honestidad.

-No puede ser el moro -respondió don Quijote-, porque los encantados no se dejan ver de nadie. -Si no se dejan ver, déjanse sentir -dijo Sancho-; si no, díganlo mis espaldas. -También lo podrían decir las mías -respondió don Quijote-, pero no es bastante indicio ése para creer que este que se vee sea el encantado moro.

»Aquella misma noche volvió nuestro renegado, y nos dijo que había sabido que en aquella casa vivía el mesmo moro que a nosotros nos habían dicho que se llamaba Agi Morato, riquísimo por todo estremo, el cual tenía una sola hija, heredera de toda su hacienda, y que era común opinión en toda la ciudad ser la más hermosa mujer de la Berbería; y que muchos de los virreyes que allí venían la habían pedido por mujer, y que ella nunca se había querido casar; y que también supo que tuvo una cristiana cautiva, que ya se había muerto; todo lo cual concertaba con lo que venía en el papel.

Pertenecen á la segunda clase, los críticos para quienes todo es malo, para quienes nadie sabe nada, para quienes nadie debe escribir; que vierten hiel sobre las primeras ilusiones de un alumno de las Musas, que mutilan sin piedad sus composiciones, ensañándose en ellas con tanta como alevosía, como cristiano contra moro.

El moro que los labraba, cien doblas ganaba al día; el día que no labraba otras tantas se perdía. El P. Echevarría, que tachó primeramente de exagerada esta suma, en un libro que publicó después, dijo haber visto las cuentas y sumas de la obra en los papeles de una familia descendiente del arquitecto morisco, y dió por exacto al romance.

Si queréis estorbar la vuestra y conservar la libertad en que vuestros padres os engendraron, salid luego de esta casa y acogedos a la iglesia, que en ella hallaréis quien os ampare, que es el cura, que sólo él y el escribano son en este lugar cristianos viejos. Hallaréis también allí al jadraque Jarife, que es un tío mío, moro sólo en el nombre, y en las obras cristiano.