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Actualizado: 19 de junio de 2025
Y, aunque en este tiempo procuramos con toda solicitud saber quién en aquella casa vivía, y si había en ella alguna cristiana renegada, jamás hubo quien nos dijese otra cosa, sino que allí vivía un moro principal y rico, llamado Agi Morato, alcaide que había sido de La Pata, que es oficio entre ellos de mucha calidad.
Alguna se le aproximó en son de burla; pero no pudo obtener de ella una sola palabra. Estaba sentada a lo moro, con los brazos caídos, la cabeza derecha, más napoleónica que nunca, la vista fija enfrente de sí con dispersión vaga más bien de persona soñadora que meditabunda.
Gracias, señora, muchas gracias. No te faltará qué comer, ni cama en qué dormir. Me has servido, me has acompañado, me has sostenido en mi adversidad. Eres buena, buenísima; pero no abuses, hija; no me digas que venías a casa con el moro de los dátiles, porque creeré que te has vuelto loca.
Atento primeramente á la seguridad de la familia, elige para situar sus poblaciones los puntos pantanosos de la playa, en la que vive con toda comodidad sí, pero rodeado siempre de precauciones, importándole poco la vecindad de las aguas, que para el moro, criado en ellas, la cosa más natural y más sencilla es el paso á nado de cualquier río por ancho y caudaloso que éste sea.
Aquel día escalaron los cristianos los muros sin hallar resistencia. Al pie de la escalera de la torre encontraron armado, en pie y sin vida, al nunca rendido Último Moro.
-Pues si es que se anda a decir verdades ese señor moro -dijo Sancho-, a buen seguro que entre los palos de mi señor se hallen los míos; porque nunca a su merced le tomaron la medida de las espaldas que no me la tomasen a mí de todo el cuerpo; pero no hay de qué maravillarme, pues, como dice el mismo señor mío, del dolor de la cabeza han de participar los miembros.
Vivía en continuo contacto con su arma, la pieza más moderna de su casa, siempre limpia, brillante y acariciada con ese cariño de moro que el labrador valenciano siente por su escopeta. Teresa estaba tan triste como al morir el pequeñuelo.
Por fin, pocos días antes de la muerte de don Íñigo, volvió a recibir un billete en el cual le manifestaban que Ramiro era hijo de doña Guiomar de la Hoz y de un moro de Córdoba; y que si acudía tal día, a tal sitio y a tal hora, se le haría conocer toda la historia del nacimiento. Don Alonso dirigiose al lugar de la cita, acompañado de un solo lacayo.
El Duque mandó hacer alto á la gente por ver lo que quería el moro. Demandó un cristiano por rehén y trujo un moro criado del jeque en cambio suyo.
El Rey, satisfecho de su justificación, nombra á García general del ejército, que se dispone á marchar contra los moros, y el novel guerrero termina con las palabras siguientes: Pues truene el parche sonoro, Que rayo soy contra el moro Que fulminó el Castañar. Y verás en sus campañas Correr mares de carmín, Dando con aquesto fin Y principio á mis hazañas .
Palabra del Dia
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