United States or France ? Vote for the TOP Country of the Week !


Miss Percival se hablaba a misma: ¿Qué hacer? ¿qué decidir? ¿deberé casarme con ese joven que está enfrente y me mira?... pues es a a quien mira... Dentro de un momento, en el entreacto, vendrá y no tendría más que decirle: «¡Está bien! he aquí mi mano... Seré vuestra esposa.» ¡Y así lo haría! ¡Princesa, yo sería Princesa, Princesa Romanelli! ¡Princesa Bettina! ¡Bettina Romanelli!

¿Bettina?... ¿Condesa Bettina de Lavardens? ¿No te parece muy bonito? Y qué marido tan perfecto tendría en . ¡Ser el marido de una mujer locamente rica, esa es mi ambición! ¡No es tan fácil como se supone! Es preciso saber ser rico, y yo tendré esa ciencia.

No, no lo creo... ¡y me gustaría tanto amar!... ¡Oh, , me gustaría tanto!... A la misma hora en que estas reflexiones cruzaban por la linda cabeza de Bettina, Juan, solo en su gabinete de estudio, sentado ante el escritorio con un gran libro bajo la pantalla de la lámpara, repasaba, tomando notas, la historia de las campañas de Turena.

A lo lejos se oía el sonido algo cascado del viejo reloj de la aldea que daba las nueve. El parque no conservaba ya más que líneas ondulantes e indecisas. La luna aparecía lentamente sobre las copas de los grandes árboles. Bettina tomó de sobre la mesa una caja de cigarros. ¿Fumáis? preguntó a Juan. , señorita. Tomad, entonces, señor Juan... Tanto peor, ya lo dije.

A los ojos de Bettina, la vuelta de vals que dio, toma las proporciones de un crimen; es horrible lo que ha hecho. Y después no tuvo valor ni franqueza en la última conversación con Juan. El no podía, no se atrevía a decir nada, pero ella debió demostrar más cariño, más confianza. Triste y enfermo como estaba, no debió nunca dejarlo partir a pie. Debió haberlo retenido, retenido a toda costa.

La imaginación de Bettina trabaja y se exalta. Juan llevaría la impresión de haber estado con una mala criatura sin corazón y sin piedad... Y dentro de media hora partirá, partirá por veinte días... ¡Ah! si pudiera de algún modo!... Pero existe un medio... El regimiento desfilará por delante del parque, frente al terrado. Y Bettina es presa de un vehemente deseo de ir a ver pasar a Juan.

Confusa y ruborizada, Bettina llamó en su ayuda a su hermana, que tuvo gran trabajo para volver a poner las cosas en orden. Cuando quedó así reparada la catástrofe nadie pudo impedir a Bettina que se precipitara sobre los platos, cuchillos y tenedores. Pero, señor le decía a Juan, yo muy bien poner la mesa.

Por esto, a medida que Bettina se hacía más cariñosa, y se abandonaba con más franqueza al primer llamado del amor, Juan, de día en día, estaba más taciturno y agitado. No sólo tenía miedo de amar él, sino también de ser amado. Debió haberse quedado en su casa, no venir... Lo ensayó, mas no pudo... La tentación era demasiado fuerte, y lo arrastraba.

En París, aun por la mañana, yo no me atrevía; me miraban demasiado, y eso me molestaba... Pero aquí... ¡nadie!... ¡nadie!... ¡nadie!... En el momento en que Bettina, algo embriagada ya con el aire y la libertad, lanzaba triunfante sus tres: «¡Nadie, nadie, nadieapareció un caballero, que se adelantaba al paso, al encuentro del carruaje.

Que vos también le amabais. , y por eso soy tan feliz. Era una idea fija en , adorar al hombre que fuera mi marido... Pues bien, no digo que adoro a Juan, no, todavía no... pero, en fin, ya principio, Zuzie... ¡y el principio es tan grato! Bettina, me inquieta veros en esa exaltación. Convengo en que M. Reynaud tenga mucho afecto por vos... ¡Oh! más que eso, mucho más. Mucho amor, si queréis.