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Mientras las carteras pasaban de las manos del oficial a las de madama Scott y Bettina, el cura presentaba a Juan a las dos americanas, pero estaba aún tan conmovido, que la presentación no fue hecha en toda regla. El cura no olvidó más que una cosa; pero algo muy esencial en una presentación: el apellido de Juan.

Temblaba ante la necesidad de hablar a Bettina, ante la necesidad de oírla, y entonces se refugiaba junto a madama Scott, y ésta recibía sus palabras indecisas, conmovidas, turbadas, que no se dirigían a ella, y que, sin embargo, ella tomaba para . Zuzie no podía dejar de engañarse. Bettina no le había dicho nada, no le había manifestado aún los sentimientos vagos y confusos que la agitaban.

Madama Norton acababa de instalarse en el piano para hacer bailar un poco a los jóvenes. Pablo de Lavardens se acercó a miss Percival. ¿Queréis hacerme el honor, señorita? ¡Ah! Creo haber prometido este vals al señor Juan. En fin, ¿si no es con él... será conmigo? Convenido. Bettina se dirigió hacia Juan que se había sentado cerca de madama Scott. Acabo de echar una gran mentira.

Los tres permanecieron en silencio. Era el regimiento, era Juan quien pasaba. Los sonidos disminuyeron, hasta extinguirse, y Bettina continuó: No, no es seguro, aunque él me ama mucho, y sin conocerme bien. Yo pienso que merezco ser amada de otra manera, pienso que si me conociera mejor, no le causaría un terror semejante, por esto os pido permiso para hablarle esta noche, libre y francamente.

Ella se hallaba sentada en el diván, cerca de la ventana, y mientras charlaba, se entretenía en reparar el desorden de la toilette de una princesa japonesa, muñeca de Bella, que yacía sobre un sillón, y Bettina la levantó maquinalmente. ¿Por qué se le ocurrió a Bettina hablarle de las dos jóvenes con quienes pudo haberse casado?

Pero abrieron tamaños ojos al ver a Bettina dar lentamente la vuelta alrededor de los cuatro poneys, acariciándolos uno después de otro, suavemente con la mano, y examinando con aire de suficiencia los detalles del tiro... No le disgustaba a Bettina, debemos confesarlo, hacer algún efecto sobre aquella multitud de paisanos azorados.

Eran amigos antiguos, a quienes Bettina trató como tales, declarándoles con toda franqueza que perdían completamente su tiempo; mas ellos no desalentaban, y formaban el centro de una pequeña corte muy obsequiosa y muy asidua que giraba en torno de Bettina. Pablo de Lavardens hizo su entrada en la escena, captándose rápidamente la amistad de todo el mundo.

¡Ah pensaba, si después de esto no comprende que lo amo, si no me perdona mi dinero! Estamos a 10 de agosto, día en que debe volver Juan a Longueval. Bettina se despierta muy temprano, se levanta y corre a la ventana. Un gran sol naciente disipa los vapores de la mañana. La víspera, por la noche, el cielo estaba amenazando, cargado de nubes.

Bettina sentíase llena de confianza y osadía. Tenía fiebre, pero esa fiebre que en el campo de batalla da al soldado el ardor, el heroísmo y el desprecio del peligro. La emoción que aceleraba los latidos de su corazón era una emoción elevada y generosa. Ella se decía: «¡Quiero ser amada! ¡Quiero amar! ¡Quiero ser feliz! ¡Quiero que él sea feliz!

Saben que de una a dos el regimiento atravesará la aldea, y les han prometido llevarlos a ver pasar los soldados, y para ellos, tanto como para Bettina, la vuelta del 9.º de artillería es un gran acontecimiento. Tía Betty dijo Bella, tía Betty, ven con nosotros. , ven dijo Harry, ven, veremos a nuestro amigo Juan sobre su gran caballo moro.