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22 Entonces pusieron una tienda a Absalón sobre el terrado, y entró Absalón a las concubinas de su padre, en ojos de todo Israel. 23 Y el consejo que daba Ahitofel en aquellos días, era como si consultaran la palabra de Dios. Tal era el consejo de Ahitofel, así con David como con Absalón. 4 Esta palabra fue recta en ojos Absalón y de todos los ancianos de Israel.

En lo más alto del frontispicio había en vez de un escudo, que el señor Páez no tenía, un gran semicírculo de jaspe negro y en medio, en letras de oro, esta elocuente leyenda: 1868, que no indicaba más que la fecha de la construcción ciclópea. En las esquinas del terrado de gran balaustrada que coronaba el castillo, sendas águilas de hierro pintadas de verde probaban a levantar el vuelo.

Me fijé en que cada cinco minutos salía al terrado, desde donde se podía ver la puerta de entrada, pero entonces me guardé muy bien de dirigirle preguntas indiscretas. Me imaginaba ser ya una confidente, una cómplice. Era un día claro de septiembre, de una hermosura maravillosa.

Besé la cruz, tomé los escudos, volvíme al terrado, hecimos todos nuestras zalemas, tornó a parecer la mano, hice señas que leería el papel, cerraron la ventana. Quedamos todos confusos y alegres con lo sucedido; y, como ninguno de nosotros no entendía el arábigo, era grande el deseo que teníamos de entender lo que el papel contenía, y mayor la dificultad de buscar quien lo leyese.

El terrado no era a la sazón más que una vasta sala embaldosada de mármol y cubierta de cristales de color. Llamábase el terrado porque lo había sido en otro tiempo, pero don Mariano lo había cerrado con cristalería hacía pocos años, transformándolo en una hermosa y fantástica habitación de gusto árabe donde se iba a tomar café en las tardes de verano con sus hijas y algún amigo.

¡Qué hermoso está el terrado hoy! acabó por decir Marta.

En el salón dorado estan además los eunucos del sultan en filas á derecha é izquierda de su señor, todos vestidos de túnicas blancas y armados con espadas; inmediatos á ellos, y formando dos filas sobre el terrado, los eunucos sirvientes, cubiertos de malla y empuñando lucientes espadas.

A este mismo tiempo subía a su terrado Rufina María, que así se llamaba la güéspeda, dama entre nogal y granadillo, por no llamarla mulata, gran piloto de los rumbos más secretos de Sevilla, y alfaneque de volar una bolsa de bretón desde su faldriquera a las garras de tanta doncelliponiente como venían a valerse della.

Encontró a esta señora leyendo en el terrado que se prolongaba entre la puerta de su salón, mientras que sus dos hijos de blondas cabelleras jugaban a sus pies. ¡Dios mío! ¿qué sucede? decía la vizcondesa a Pierrepont que la saludaba ; ¿qué hay?... ¡Qué pálido está usted!... ¿Está usted malo?

6 Mas ella los había hecho subir al terrado, y los había escondido entre manojos de lino que tenía puestos en aquel terrado. 7 Y los hombres fueron tras ellos por el camino del Jordán, hasta los vados; y la puerta fue cerrada después que salieron los que tras ellos iban. 8 Mas antes que ellos durmiesen, ella subió a ellos al terrado, y les dijo: