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El Casino, que es como si dijéramos todo San Sebastián, ha cerrado ya sus puertas. No queda ni un solo establecimiento abierto. Los serenos, únicos transeúntes de la ciudad, marcan lentamente sus pasos en el silencio profundo. San Sebastián duerme. Desde mi balcón, sin embargo, en el hotel de enfrente, yo veo una ventana iluminada.

«Vamos á cuentas se decía una tarde, sentado en frente de la ventana de su cuarto, y mirando cómo se ocultaba el sol detrás de una montaña, entre vivísimos resplandores. Llevo en este pueblo tres meses; he gozado á mis anchas y con las ilusiones de un niño, es decir, he gozado cuanto es posible en esta vida de zozobras y de aprensiones, tres semanas.

Volvió la espalda a la ventana con los ojos llenos de alegría, porque el temor más grande de la esposa se había desvanecido. Amigo mío, me alegro de que estéis de vuelta dijo adelantándose hacia él . Comenzaba a estar...

Y repitiendo a Febrer una vez más la conveniencia de que le guardase como compañero, echó las piernas fuera de la ventana, apoyó su vientre en el alféizar, y se deslizó por el muro. El payés, al entrar en la torre, habló sin ninguna emoción del suceso de la noche anterior, como si fuese un hecho normal que sólo alteraba levemente la monotonía de la vida del campo.

Al encontrarse en la pacífica casa del Correo, sentada en su estrecha oficina junto al ventanillo ante el cual desfilaban las mismas caras familiares, Liette hubiera podido creer que nunca había salido de allí. La de Raynal, vuelta a caer en su atonía, dormitaba inerte y pasiva recostada en su butaca junto a la ventana abierta.

Entraba por la ventana un torrente de luz, y la estancia, casi obscura, se iluminó con melancólica claridad lunar. Los fuegos habían terminado. Centenares de cohetes de arranque, disparados a la vez, salían del atrio.

Poco después se abrió aquella ventana y dejó ver únicamente su fondo obscuro. Luisa arrojó á aquel fondo el papel que envolvía el pan y que entró por el vano obscuro de la ventana que acababa de abrirse.

El amor no tiene atractivo para él, sino cuando la dama aguarda toda la noche a su galán en una ventana del castillo, sin miedo a catarros ni a reumatismos, y el galán despacha al otro barrio media docena de deudos para llegar hasta ella.

El viento que soplaba constantemente sobre Wingdam, penetraba en el aposento por diferentes aberturas; la ventana era sobrado pequeña para su rompimiento, donde colgaba dando extraños chirridos. Parecíame todo repugnante y desaseado.

Me atreví hasta entretenerme libremente con su recuerdo. Miré la ventana de su cuarto y en ella vi su encantador semblante. su voz en los paseos del parque y me puse a tararear para encontrar en aquel murmullo el eco de las canciones que le gustaba entonar al aire libre, que el viento hacía tan fluidas y que eran acompañadas por el susurro de las hojas.