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Todavía en la escalera les entretuvo unos momentos con su conversación desenvuelta e insinuante a la vez y les reiteró con gracia todos sus ofrecimientos. No consintió que Raimundo la acompañase. Se fué sola dejando una estela perfumada que éste aspiró con más placer que su hermana. Porque Aurelia luego que cerraron la puerta guardó silencio.

Cerraron tras la puerta de la boardilla; pero esta puerta, vieja y desvencijada, tenía tales rendijas, que le permitieron a Miguel enterarse de lo que dentro ocurría: el cura encendió un quinqué, que había sobre la mesa de la plancha, y acto continuo se despojó de la sotana, y quedó en mangas de camisa hecho un gladiador; y para que todavía la semejanza fuese más perfecta, remangóselas, y lo mismo los pantalones.

Es que quisieron venir, te digo. He aquí lo que debe esperarse de esta canalla del Bar. Una carcajada homérica siguió a esta desgraciada manifestación. En este momento, sea que fuera oída la risa en la cocina, o que la iracunda compañera del viejo hubiese apurado todos los restantes modos de expresar su desprecio e indignación, lo cierto fue que cerraron una puerta trasera con gran estrépito.

Que la sociedad para arriba y la moral para abajo...; a hacer puñales. Yo me basto y me sobro. ¿No era yo noble? ¿No tenía buenas inclinaciones? ¿Pues por qué me cerraron la puerta? Pobre mujer, todavía, todavía es tiempo... ¿De qué? De adoptar una vida arreglada. Yo te buscaré trabajo. No hacer nada. Yo te pasaré una pequeña pensión... Dirán que soy tu querida. Concluiré por serlo...

Sin embargo, el deseo de hacer una partida de caza, estimulado por su confianza y su buena estrella, así como por un trago de aguardiente tomado a su frasco de bolsillo cuando cerraron el trato, no era fácil de vencer, considerando, sobre todo, que montaba un animal que excitaría la admiración de los cazadores al verle saltar los cercos.

Cerraron la sepultura con una gruesa peña, en tanto que se acababa una losa que, según Ambrosio dijo, pensaba mandar hacer, con un epitafio que había de decir desta manera: Yace aquí de un amador el mísero cuerpo helado, que fue pastor de ganado, perdido por desamor. Murió a manos del rigor de una esquiva hermosa ingrata, con quien su imperio dilata la tiranía de su amor.

Confiesa que, desde 1868, no vienen á España sobrantes de Ultramar. Los insurrectos de Yara, dice con júbilo, cerraron este vasto desagüe. Veamos ahora la enorme cantidad de millones que, según el Sr. Merchán, viene á España por otros conductos. Según él y según el Sr.

No dominó su voz en el Senado, Ni fué su lote ruinas y despojos, Ni leyeron su fin predestinado De una nacion en los inquietos ojos. Pero si el crímen no marcó sus pasos, Si al sólio entre matanzas no se alzaron, Ellos al mundo con impíos brazos De la piedad las puertas no cerraron.

Al fin, extendiendo el brazo en forma académica hacia la puerta, exclamó con énfasis, como quien se encuentra ya en pleno discurso: ¡Cerrad ese cancel! Las puertas se cerraron lentamente, como si nadie las tocara. Los fieles se fueron acomodando en su sitio. Durante un rato se oyeron muchas toses.

Al oír la aparición del pájaro verde, la Princesa se llenó de júbilo, y al escuchar su salida del agua convertido en hermoso Príncipe, se puso encendida como la grana, una celestial y amorosa sonrisa vagó sobre sus labios, y sus ojos se cerraron blandamente como para reconcentrarse ella en misma y ver al Príncipe con los ojos del alma.