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Creo que llegará tiempo en que un zapatero ponga su retrato fotografiado en la suela de cada zapato que hace, y en que los aguadores peguen tambien su estampa con engrudo, en el frontispicio de la cuba, como medio de identificar la persona.

Lo peor era que los únicos negocios que le salían mal al banquero eran los en que tomaba parte su amigo. En las tertulias de éste, indefectiblemente llevaba la contraria en todas las peroraciones de don Mauricio, Gonzalo Quiroga, primogénito de los condes de Camposeco. Este mozo tenía un frontispicio poco simpático, y además era gangoso.

Por los tiempos en que esta verídica historia comienza, había en la calle de las Sierpes, no lejos de la tienda del rapista, una casa deshabitada, grande y hermosa, con piedra de armas en el frontispicio, de cuyas armas los entendidos sacaban el apellido Velasco de Llanes, y que hacía luengos años que no se ocupaba, porque se decía de fama pública que tenía duende.

En su aspecto Borrén era semejante a los guardias civiles de madera que suelen colocarse en el frontispicio de los hórreos y molinos del país: a despecho de sus bigotazos formidables, bien se les conoce que son muñecos. Dígole a usted, Borrén exclamó Baltasar resolviéndose por fin a formular en alta voz su pensamiento , que no comprende usted lo que es Marineda... ni lo que es mi madre.

Las mujeres casadas añaden al suyo el de sus maridos, con su de corriente, y así, tu madre firmaba Rafaela Santa María de Arias. Hay muchos apellidos nobles que no lo tienen. En Sevilla, el marqués de C... es J. P. El conde del A..., F. E. El marqués de M..., A. S. Mi hermano se llama León Santa María, y el duque de Rivas pone en el frontispicio de sus obras Ángel Saavedra.

La masa negra que forma el frontispicio de la iglesia, destacándose bajo un cielo siempre cubierto de nubes; la opaca lamparilla que perezosamente chisporrotea en el hueco del muro, alumbrando, ó mejor dicho, queriendo alumbrar, la imagen de San Luís, patrón del pueblo, y más que todo el monótono y pertinaz llover, forman un cuadro altamente medroso.

Volviendo a nuestro Polo prosiguió Rafael , no satisfecho con tener un nombre tan adaptado al título de una colección de poesías, se le ocurrió la idea de poner también el de su madre, o el de su abuela, según lo más o menos armonioso de las sílabas, y tuvo la satisfacción de estampar con letras góticas en el frontispicio de su obra: Por A. Polo de Mármol; y quedó tan contento al ver en papel vitela su nombre prosaico prolongado, ennoblecido, sonoro, distinguido y soberbio, a manera de un paladín antiguo que sale de la tumba con su armadura mohosa, que se creyó otro hombre distinto del que era antes; se admiró y se respetó, como aquel oficial portugués que viéndose en el espejo, armado de pies a cabeza, se echó a temblar, teniendo miedo de mismo.

En lo más alto del frontispicio había en vez de un escudo, que el señor Páez no tenía, un gran semicírculo de jaspe negro y en medio, en letras de oro, esta elocuente leyenda: 1868, que no indicaba más que la fecha de la construcción ciclópea. En las esquinas del terrado de gran balaustrada que coronaba el castillo, sendas águilas de hierro pintadas de verde probaban a levantar el vuelo.

No por qué se me ha parecido siempre dicho frontispicio a las popas de los grandes navíos antiguos; hasta parece que se mece gallardamente impulsado por el viento y las olas.

Esta construcción formó a la entrada de la casa una especie de portal o frontispicio, que Ramón Pérez declaró, con la más grave e imperturbable desfachatez, ser una copia exacta del de la Lonja de Sevilla, la que, como es sabido, es una de las obras maestras de nuestro gran arquitecto Herrera. Enterado ya el lector de las cosas pasadas, volvemos a tomar el hilo de las actuales.