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Una estera de esparto, algunas sillas, una mesa sobre la que ardía una lamparilla delante de una Virgen de los Dolores, pintada al óleo, y algunas estampas en marcos negros sobre las paredes blancas, componían todo el menaje de aquella habitación. Al fondo había una puerta cubierta con una cortina blanca.

Eso es imposible para ... Cuando se tiene este oficio, no se puede estar en comunión con Dios. Ni siquiera me atrevo a encender una lamparilla ante el icono de mi cuarto. Todos estaban fatigados. ¡Hay que acabar, cueste lo que cueste! dijo uno de los jueces . ¡Es un escándalo inadmisible! Pero, luego del jurado, se levantó el defensor.

Ya se levantaba, ya se revolvía, echaba las piernazas fuera de la cama, y los brazos como aspas de molino... ¡Luego unas voces y unos berridos...! Ya sabes el diccionario que gasta... Y a lo mejor se quedaba como un gato que acecha, los ojos como ascuas, y hablando bajito, bajito, y señalando para la mesa en que está el altar y la lamparilla, decía: «Mírenlo, mírenlo; allí está». ¡A me daba un miedo...! Prefería oírla gritar... Créete que me horripilaba cuando le veía señalar a la luz y al altarito.

Llevaron a Martín a un cuarto desmantelado y polvoriento, en cuyo fondo había una alcoba estrecha, con las paredes cubiertas de unas manchas negras de humo. Sin duda los huéspedes mataban las chinches quemándolas con una vela o con la lamparilla y dejaban estos tranquilizadores rastros. En el gabinete y en la alcoba olía a cuadra, olor que venía de las junturas de las maderas del suelo.

Severiana casi no les oía, porque la cocina estaba lejos; pero la pequeñuela, a quien despertaron los gritos y la novedad del no acostumbrado lecho, se tiró de la cama, atravesó a gatas un pasillo, entró en el gabinete donde estaba el Niño Jesús, débilmente alumbrado por la lamparilla, contemplole un instante como si fuese un muñeco, y luego, atraída por la claridad a que dejaban paso las rendijas y junturas, empujó suavemente la puerta del comedor, y destacando sobre el fondo oscuro del gabinete, apareció iluminada por el intenso resplandor de las luces que alumbraban la cena.

La verdadera creyente, la devota sincera de aquella casa era Severiana: sus amos pagaban el aceite, pero ella encendía la lamparilla, cuidando de que ardiera constantemente, levantándose a veces durante la noche para orar de rodillas, mientras cerrando los ojos creía ver el miserable cuartucho donde dormía su hija.

No se lo digo a Juncal por vergüenza; pero veo cosas muy raras. La ropa que cuelgo me representa siempre hombres ahorcados, o difuntos que salen del ataúd con la mortaja puesta; no importa que mientras está el quinqué encendido, antes de acostarme, la arregle así o asá; al fin toma esas hechuras extravagantes aun no bien apago la luz y enciendo la lamparilla.

Pero la lobreguez nocturna estaba cortada por el resplandor de un sol rojo cuyos rayos parecían de sangre flúida. Este sol lo tenía sobre su cabeza, é instintivamente volvió los ojos para verlo. Era simplemente una lamparilla eléctrica resguardada por un vidrio cóncavo.

En grandes jarrones de porcelana española, los viejos jarrones de la familia, frescos ramilletes de rosas, lirios y azucenas; y por todas partes, regados aquí y allá, pétalos rosados, amarillos, blancos, purpúreos; y apiladas en torno de mi taza, las místicas y caducas balsaminas, los chinos de castor, que de ordinario engalanaban la humilde lamparilla de la Dolorosa, lucían ahora en aquel banquete religioso su nívea veste manchada de carmín.

»He hecho cerrar todos los postigos de su aposento, y a la débil luz de la lamparilla he visto cómo su tez recobraba poco a poco el color de la vida y su respiración, ya tranquila, levantaba su pecho a intervalos iguales. Entonces he besado su frente, húmeda y enardecida, y he salido de puntillas, procurando no hacer ruido. »A su lado quedan Antonia y la señora Braun.