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Nunca siquiera nos acompaña a misa los domingos. ¡Qué raro! Ella dice, ahora, que para comunicarse con Dios no es necesario ir a persignarse en la iglesia delante de todo el mundo. ¿Y tuvo más festejantes? preguntó Adriana. , varios. Pero los despreció a todos. Cuando murió mamá, es claro, ella era la mayor y tomó el cuidado de la casa. Y oye...

No hay culpa que el Señor no perdone por su intercesión... Vamos, déjese de lloros, que ahora va a confesarse y todo queda perdonado. Después de serenarse un poco la niña, siguieron marchando. Y llegaron a cierta plazuela no muy espaciosa, donde se alzaba la fachada parda y severa de una gran iglesia que no llamaba la atención por su esbeltez ni por otra cualidad buena o mala.

A tal situación habían llegado mis sentidos, cuando el sacristán, agitando un grueso manojo de llaves con cencerril estruendo, me hizo salir de la iglesia, pues yo era la única persona que en ella quedaba. Salí; la luz de la calle pareció devolverme el sentido común, que, según mi propia opinión, había perdido.

Á una iglesia no vamos á buscar el sentimiento de lo apasionado, de lo marcial, de lo atrevido, de lo voluptuoso, sino el sentimiento de lo solemne, de lo majestuoso, de lo augusto; más claro, el sentimiento de lo sublime, la emocion del patético, porque la idea de una suprema causa es el patético por excelencia.

Y en efecto, apenas llegados los novios y sus acompañantes al campo de la iglesia estalló la lucha terrible, sangrienta, como jamás se viera ni pensara verse en aquel pacífico valle. La muchedumbre se arremolinaba, las mujeres exhalaban lamentos desgarradores, se oían tiros, imprecaciones, blasfemias horrendas.

Los envilecidos por la explotación, al despertar, buscaban en las doctrinas redentoras la venganza del pasado y el bienestar egoísta, aunque fuese a costa de sus semejantes. Había sembrado la semilla revolucionaria en los parias de la Iglesia, adormecidos en un ambiente de dos siglos atrás.

En una iglesia no quiero encontrarme al amante, al poeta, al caudillo, sino á mi creador. No me gusta encontrar allí mi genealogía humana; para eso iria al teatro; quiero encontrar mi genealogía divina, porque para eso voy á la iglesia. Y ahora me explico por qué me gusta más, cuando estoy en un templo, la música del Norte, la música germana.

Es verdad dijo riendo Juanito ; pero sin eso no puede haber ejército, y el ejército es necesario. No discutamos si es necesario o no. La Iglesia terminó porque ya no hay fe; la gloria militar ha acabado para siempre en España porque no hay guerras de conquista, y nuestro carácter de potencia batalladora se perdió, afortunadamente, hace siglos.

Había también una iglesia metodista cerca de un barranco; un poco más allá, en la falda de la montaña, una reducida escuela, y, además, un camposanto.

Pepita no da sólo para los pobres, sino también para novenas, sermones y otras fiestas de iglesia. Si los altares de la parroquia brillan a veces adornados de bellísimas flores, estas flores se deben a la munificencia de Pepita, que las ha hecho traer de sus huertas.