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El cristianismo eclesiástico, nacido en tiempos bárbaros, con suplicios eternos y dichas perpetuas, y por esto diabólico y divino a la vez, mitad bárbaro y mitad sublime, es directamente asimilable hasta por los salvajes en lo que tiene de salvaje; pero en lo que tiene de sublime sólo por los espíritus elevados, o por los temperamentos excepcionalmente buenos, que aparecen aun entre los completamente bárbaros.

Ya no soy tan hermosa como en nuestros tiempos de felicidad... cuando yo aún no era loca. Dime, ¡por Dios! dime qué te parezco. Su marido la miraba con asombro. Hermosa, siempre hermosa, aquella belleza infantil e ingenua que tan temible la hacía.

Es un chico muy decente, y si tira a su padre... ya ve usted... Por supuesto que Carlota, por lo guapa y bonachona, merecía un infante de Ingalaterra... Pero, hijita, los tiempos no están para andar a escobazos con los hombres.

Aresti creyó encontrar en este edificio algo de la dualidad de carácter del caballero Íñigo de Loyola en los tiempos de su juventud.

La manera de poner otra vez en orden sus cabellos, de lavarse los ojos y de arreglarse las ropas, recordó de pronto a Delaberge los tiempos lejanos de sus citas amorosas en que usaba de las mismas minuciosas precauciones al abandonar sus brazos.

Entre estas perfecciones secundum quid, se ha contado siempre la extension. De esto parece resultar que Dios es propiamente extenso, bien que con extension infinita. Con todo el respeto que se merece la ilustre sombra de uno de los primeros ornamentos de la Iglesia Católica, de uno de los hombres mas grandes de los tiempos modernos, me atrevo á decir que semejante opinion no me parece sostenible.

Y si entrar quisiésemos en minuciosas cuentas, hallaríamos que no es tan exacto que los caudillos de ahora sean en mucho mayor número que los de tiempos anteriores. Formando un cuadro de clasificaciones científicas y literarias encontraríamos fácilmente que en cada género son muy pocos los que llevan la bandera, y que sobre sus pasos se precipita la multitud ahora como siempre.

Para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos.

El famoso Marco Polo en lo antiguo, y Livingstone o Stanley en estos tiempos, fueron junto a ellos exploradores de poco más o menos. ¿Qué mayor expedición que ir desde el Noviciado a la Puerta de Hierro haciendo escala en el Puente Verde para llamar ¡todas! ¡todas! a las lavanderas del río? ¿Pues y el viaje a Moratalaz o Amaniel para ver hacer el ejercicio a la tropa? ¿Y el ir a extasiarse ante los puestos de San Isidro, en vísperas de romería, o marcharse en invierno a ver si se había helado el Canal del Lozoya?

Yo no procedía así, yo, en los tiempos en que hacía la corte. ¡Ah! quizá la señorita Nancy se haya retirado, y no os sucedió eso con vuestra novia. Seguramente respondió el señor Macey con aire significativo . Antes de decir «cric», yo tenía mucho cuidado de saber si ella diría «crac», y sin andar con rodeos, además.