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La cosa fué, ¿sabe usted?, que su padre no podía ver a mi familia. ¿Qué habrá sido de Perico? ¿Se llama Perico? , Perico Caramanzana. ¡Y qué bien le iba el nombre! Tenía la cara fresca, coloradina y alegre, como una manzana. ¿Por eso le decían Caramanzana? Es su verdadero apellido. El padre se llamaba Apolonio Caramanzana. Le habrá oído usted mentar. ¡Ah!, era el mejor zapatero de España.

Y privándose de una parte de su alimento, pasaba a casa del zapatero la leche que subían para él. Pero el estómago del pequeño no podía sufrir el líquido, demasiado substancioso para su debilidad, y lo arrojaba apenas ingerido. Tía Tomasa, la jardinera, con su carácter enérgico y emprendedor, trajo una mujer de fuera de la catedral para que diese su pecho al enfermo.

Como en los pueblos no hay maestros de oficios que trabajen para el que quiera comprarles su obra, ni aun se puede conchabar un peón sin dar cuenta al administrador, porque todos están sujetos a la comunidad, ni los indios saben vender su trabajo, ni hay cómo suplirse de las precisas necesidades, la práctica que se observa es: si uno de los empleados tiene necesidad de un par de zapatos, llama al zapatero, le da los materiales y le dice le haga zapatos; él los hace y los trae, y si le dan algo lo recibe, y si no se va sin pedir nada; lo mismo sucede con todas las demás necesidades.

Es esta cosa allá tan conocida, Que el zapatero vil y el calcetero Se iguala con el noble caballero. Preguntó un caballero Trugillano, Llamado Luis de Chaves, ceceoso, A Hernando Pizarro, cuyo hermano Vencido fué de Gasca, el gran mañoso: Que si all

Mariano, el Tato y un pertiguero que también vivía en el claustro eran los que con más frecuencia encontraba Gabriel sentados en las desvencijadas silletas del zapatero, tan bajas, que podían tocar con las manos el suelo de ladrillos rojos y polvorientos.

El Tato y el campanero se deslizaron furtivamente por la escalera de la torre vestidos con sus mejores ropas. Iban a los toros. Sagrario, obligada al reposo para santificar la fiesta, había pasado a la casa del zapatero.

No podían resistir la ausencia de Luna: necesitaban oírle, consultarle, y hasta el mismo zapatero, cuando el trabajo no era urgente, abandonaba su mesilla, y oliendo a engrudo, con el mandil plegado en la cintura y la cabeza en turbantada de pañuelos, venía a sentarse junto a la máquina de Sagrario. La joven fijaba con admiración los tristes ojos en su tío.

Era Xuantipa, la mujer legítima del agudo, elocuente y fogoso zapatero. El nombre Xuantipa provenía, por contracción, de Xuana la Tipa, alias o apéndice adquirido por herencia paterna.

¡Es verdad! repetía el zapatero, poniendo en sus palabras toda la amargura de aquella vida de miseria que venía arrastrando con una familia cada vez mayor, y sin otro auxilio que el trabajo ineficaz. Sagrario callaba, no comprendiendo muchas de las afirmaciones de su tío, pero las acogía todas como buenas, por ser de él, sonando en sus oídos cual música deliciosa.

En otro cuarto es la niña la que produce: el galán no puede entrar en la casa, y es preciso que alguien entregue las cartas: el zapatero es hombre de bien, y por tanto no hay inconveniente: el zapatero puede además franquear su cuarto, puede... ¡qué yo qué puede el zapatero!