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Observó Maxi en los días sucesivos que cada hilada de ladrillos iba tapando discretamente aquella interesante parte de la interioridad monjil, como la ropa que se extiende para velar las carnes descubiertas.

Las vigas del techo están ennegrecidas por el humo, y sobre al suelo sin alfombras ni tarimas, hay algunos ladrillos rotos en mil pedazos, en cuyos fragmentos se conocen las señales de los clavos que llevaban en los zapatos los campesinos, cuando convirtieron en sala de baile esta habitación.

Era un hombre simpático, no muy limpio, de barba inculta, la nariz muy gruesa, personalidad negligente, terminada por arriba en una caballera de matorral, que debía de tener muy poco trato con los peines, y por abajo en anchas y muy usadas pantuflas de pana, que iba arrastrando por los ladrillos de la rebotica y laboratorio.

El fuego había recalentado la vieja bolsa el sobretodo de Silas extendido sobre los ladrillos para que se secase.

Usted le dice: «Vengo por los ladrillos de doña Guillermina». Ido repitió, como los chicos que aprenden una lección: «Vengo por los ladrillos, etc...». El dueño de esa fábrica me ha dado unos setenta ladrillos, lo único que le sobra... poca cosa, pero a todo me sirve... Bueno; coge usted los ladrillos y me los lleva a la obra... son para mi obra. ¿A la obra?... ¿Qué obra?

Sin embargo, sólo era por la noche, cuando había concluido su trabajo, que las sacaba para gozar de su compañía. Había sacado unos ladrillos del suelo, debajo del telar, y había hecho un agujero en el que colocó la olla de hierro que contenía las guineas y las monedas de plata. Cubría los ladrillos con arena siempre que los volvía a colocar en su sitio.

Al salir de la Antigua Mansión, fué principalmente este extraño, apático y triste apego á mi ciudad natal, lo que me trajo á desempeñar un empleo oficial en el gran edificio de ladrillos que he descrito, y servía de Aduana, cuando hubiera podido ir, quizá con mejor fortuna, á otro punto cualquiera. Pero estaba escrito.

Desnoyers sabía de él que era profesor auxiliar de Universidad, que había publicado algunos volúmenes, gruesos y pesados como ladrillos, y figuraba entre los colaboradores de un «Seminario histórico», asociación para la rebusca de documentos, dirigida por un historiador famoso. En una solapa ostentaba la roseta de una Orden extranjera.

Los dañadores reían de su poco peso. Quedó un instante a horcajadas en lo alto de la pared, aturdido por la ascensión, doliéndole el cuerpo por el roce contra los ladrillos salientes. El Mosco le saludaba desde abajo con una gracia que ponía los pelos de punta. ¡Qué buen blanco, gachó! ¡Qué escopetazo se pierden los guardas! Isidro no tuvo fuerzas para protestar. ¡Vaya unas bromitas oportunas!

Bajo la parra hizo Batiste una plazoleta, pavimentada con ladrillos rojos, para que las mujeres cosieran allí en las horas de la tarde.