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Mientras que Berenguer Estañol vivió, y fué cabeza y Capitan en Athenas, tuvieron guerras contínuas, no con todos á un tiempo, pero ya con unos, ya con otros, sin tener jamas ociosas sus armas. Muerto Estañol, volvieron segunda vez á pedir al Rey Don Fadrique Gobernador y caudillo que por el Infante Manfredo les rigiese.

Yo creí que no había mal en esto. Lo hice porque la señora no me descubriera que salgo todos los días a pedir limosna para mantenerla. Y si esto de aparecerse usted ahora con cuerpo y vida de persona es castigo mío, perdóneme Dios, que no lo volveré a hacer. ¿O es usted otro D. Romualdo?

Ahora bien; estas modificaciones se reducen á figura y movimiento; todo lo que sea apartarse de estas dos intuiciones, exigiendo una explicacion con determinaciones características, es pedir al hombre una cosa á que no llegan sus fuerzas.

Si Fortunato sabe algo, cree algo, nos hundimos». Al dueño de la Cruz Roja se le prohibió oír los golpes que descargaba en la puerta todas las noches el borracho de don Santos. No se volvió a pensar en pedir auxilio a la autoridad. Se compró al sereno y se le dio orden de que evitara el ruido ante todo. Era inútil.

Estas reflexiones no dejan ninguna duda de que el pedir la prueba de todo es pedir lo imposible. La diferencia de estos dos estados se concibe muy bien recordando lo que acontece al pasar de la vigilia á un sueño profundo, y al volver de este á la vigilia.

Y misia Casilda, aferrada a su idea salvadora, repetía que era pedir lo suyo, ahora que se necesitaba, y a título de préstamo: una vez reintegrado, que siguieran gozando de la fortuna benditos de Dios, porque los treinta mil pesos serían reintegrados y cuanto antes: ese dinero les quemaría las manos, con ser de su propiedad, como era. ¿Y creía él que ella no sufría de verse en la dura necesidad de recurrir a Gregoria, su implacable hermana?

Nada menos se le ocurrió que don Rosendo se había percatado de la instabilidad de sus sentimientos amorosos, y le iba a pedir de ello estrecha cuenta. Fuese, pues, detrás de él cabizbajo y receloso, y penetró en el escritorio.

En un principio solía pedir a sus amigos o conocidos del café algún dinero para jugar al tresillo, y bebía al fiado en el café; pero al poco tiempo ni los amigos quisieron darle nada, ni el dueño del establecimiento le fiaba ya por valor de dos cuartos. Faltó poco para que doña Brígida le echase a rodar por las escaleras cierto día que le llevó una cuenta de ciento veinte reales.

Quitóle el cura los corales del cuello, y mirólos y remirólos, y, certificándose que eran finos, tornó a admirarse de nuevo, y dijo: -Por el hábito que tengo, que no qué me diga ni qué me piense de estas cartas y destos presentes: por una parte, veo y toco la fineza de estos corales, y por otra, leo que una duquesa envía a pedir dos docenas de bellotas.

Soy Guillermina, doña Guillermina, la rata eclesiástica. Mírame bien, mírame la cara, los pies... las manos, el mantón negro... Estoy loca con este asilo pastelero, y no hago más que pedir, pedir, pedir al Verbo y a la Verba. Sr. Pepe, ¿me hace usted esos gatillos o no?... ¡peinetas se debían volver!». La idea... la pícara idea i