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Pero veis aquí cuando a deshora entraron por el jardín cuatro salvajes, vestidos todos de verde yedra, que sobre sus hombros traían un gran caballo de madera. Pusiéronle de pies en el suelo, y uno de los salvajes dijo: -Suba sobre esta máquina el que tuviere ánimo para ello. -Aquí -dijo Sancho- yo no subo, porque ni tengo ánimo ni soy caballero.

Al pianista ciego le daba el cafetero siete reales y la cena. Por el día se dedicaba a afinar. Era casado y con ocho de familia. Tocaba piezas de ópera y de zarzuelas francesas como una máquina, con ejecución fácil, aunque incorrecta, sin gusto ni sentimiento.

Ahora se hace con maquina todo eso, y de un vuelo de la rueda queda el redondel hecho un jarro hueco, y lo de mano no es más que lo último, cuando va al dibujo fino de los cinceladores.

Antes de contestarle, miré en torno mío pensando en que iba a pronunciar una palabra, que jamás había oído pronunciar aquella modesta sala; una palabra tan rara, que probablemente haría caer sobre mi cabeza en un movimiento de sorpresa e indignación al viejo reloj sin máquina que se incrustaba en un rincón, y a las imágenes piadosas de las paredes. ¿Y bien, Reina?

Y el atleta, por encima de la gente, agarraba al chiquillo con una mano que parecía una garra. Le asía del primer sitio que encontraba; elevábale hasta el nivel del santo para que besase el bronce y lo devolvía como una pelota a los brazos de su madre. Todo con rapidez, automáticamente, dejando un chiquillo para coger otro, con la regularidad de una máquina en función.

Y yo, sin poderlo remediar, no excluyo de mi amor por el linaje humano al pueblo de los Estados Unidos, donde hubo y hay hombres y cosas que me son simpáticos: elegantes é inspirados poetas como Longfellow, Russel-Lowell y Whitier; algunos pensadores, si poco originales, discretos é ingeniosos como Emerson, imitador de Tomás Carlysle; varios historiadores, aunque poco profundos, amenos y agradables de leer, salvo cuando tratan de sus propios asuntos, porque entonces suelen ser más pesados que el plomo; varios divertidos novelistas, y sobre todo, hombres de tan aguda inventiva que ya brillan como Edison, empleando la electricidad en no pocos útiles y pasmosos artificios, ya producen la máquina de coser, que siempre que la contemplo me deja embobado.

De todas suertes ella padecía mucho. Se le figuraba que toda la vida se le había subido a la cabeza; que el estómago era una máquina parada, y el cerebro un horno en que ardía todo lo que ella era por dentro. El pensar sin querer, contra su voluntad, algo complicado, original, delicado, exquisito, llegó a causarle náuseas, y se le antojó envidiar a los animales, a las plantas, a las piedras.

Horas y horas pasaban de este modo: la máquina, remedo de la naturaleza, reproduciendo en millones de ejemplares un mismo tipo y una misma forma; el hombre, determinando la fuerza impulsora, semejante al soplo vital en los organismos animales.

Con esto, y por esto, aquellos que parecían miembros tan doblados, enrevesados y encogidos, mostraron tal elasticidad y vigor, que abriéndose calle el soldado con tanto desenfado como bizarría, revuelta una capa al brazo se le vió, sin saber cómo, al lado del valiente caballero, ya armado éste con una de aquellas espadas de máquina que sacó el soldado.

Entró por fin en casa. Enteramente trastornada, andaba como una máquina. No había nadie más que Papitos, a quien vio, mas no le dijo nada. Encerrose en su alcoba, tiró el manto y se echó en el sofá, dando un rugido. Después de revolcarse como las fieras heridas, se puso boca abajo, oprimiendo el vientre contra los muelles del sofá, y clavando los dedos en un cojín.