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Terminaré esta incorrecta descripcion recordando un rasgo curioso. El mozo que nos sirvió la comida se mostraba muy admirado, aturdido de nuestra frugalidad, y esto que comímos con gana.

Los pasos que se exhiben en la semana del dolor, no serán de gran gusto, sus combinaciones resultarán churriguerescas, incorrecta la talla de sus figuras, impropios sus trajes, la verdad histórica falseada y el arte muy mal parado; pero lo que falta de arte, lo suple la riqueza. El armazón de uno de los carros es todo de plata.

La fiel esposa no debía tener escrúpulos de conciencia por esta acción un tanto incorrecta y temeraria, porque la cantidad sería repuesta antes de que el buen señor se hallara en estado de advertir la falta. Pues qué, ¿cree usted que D. Francisco verá antes del día 15 de Julio? Esta pregunta, hecha por Milagros en el calor de la improvisación, lastimó bastante a Rosalía.

El señor de Páez no temía ningún desembarco de piratas, pues el mar estaba a unas cuantas leguas de su palacio, pero creía que la «elegancia sólida consistía en fabricar muros muy espesos, en desperdiciar los mármoles, y, en fin, en trabajos ciclopios», según su incorrecta expresión.

El espíritu de secta, la anarquía religiosa, si bien se ejerce fuera de los límites del gobierno, no produce menos serias perturbaciones sociales. En una palabra, si yo buscara en el mundo un ideal político, correría aún tras él. Cincuenta millones de hombres en el afán de la producción, son una masa tan imponente, que puede ser batida sin peligro por los vicios de una organización incorrecta.

Tasso y Milton tendrán en sus manos la Biblia, Homero y Virgilio; Corneille y Racine á Sófocles y Eurípides; Molière á Aristófanes, Lope de Vega, y Calderon; Boileau á Horacio; Bossuet, Massillon y Bourdaloue á san Juan Chisóstomo, san Agustin, san Bernardo; miéntras Erasmo, Luis Vives y Mabillon estarán revolviendo el archivo, andando á caza de polvorientos manuscritos para completar un texto truncado, aclarar una frase dudosa, enmendar una expresion incorrecta, ó resolver un punto de crítica.

Al pianista ciego le daba el cafetero siete reales y la cena. Por el día se dedicaba a afinar. Era casado y con ocho de familia. Tocaba piezas de ópera y de zarzuelas francesas como una máquina, con ejecución fácil, aunque incorrecta, sin gusto ni sentimiento.

Reconocía que su conducta era incorrecta. Estaba procediendo como cualquiera de aquellos murmuradores á los que había escuchado por casualidad. Sin duda, el ambiente de esta casa empezaba á influir en él... Era difícil enterarse de lo que decían las dos personas al otro lado de la puerta abierta.

Un libro destinado á despertar la inteligencia y el amor á la lectura en una poblacion casi primitiva, á servir de provechoso recreo, despues de las fatigosas tareas, á millares de personas que jamás han leido, debe ajustarse estrictamente á los usos y costumbres de esos mismos lectores, rendir sus ideas é interpretar sus sentimientos en su mismo lenguage, en sus frases mas usuales, en su forma mas general, aunque sea incorrecta; con sus imágenes de mayor relieve, y con sus giros mas característicos, á fin de que el libro se identifique con ellos de una manera tan estrecha é intima, que su lectura no sea sino una continuacion natural de su existencia.

Rufino Cuervo es el autor de ese libro tan popular hoy: Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano. Es otro sacerdote del pasado, aunque menos inflexible que el señor Caro, por el que profesa, con razón, una admiración sin límites. La ciencia, los largos años de estudio que ese volumen de Cuervo revela, prueban que, también en América, tenemos nuestros benedictinos infatigables. Todas las locuciones vulgares, todas las alteraciones que el pueblo americano, bajo la influencia de las cosas y de su propia estructura intelectual, ha introducido en el español, son allí prolijamente estudiadas, corregidas y... limpiadas. (¡Limpia y fija!) Actualmente, Cuervo se encuentra en París, metido en su nicho de cartujo, levantando, piedra a piedra, el monumento más vasto que en todos los tiempos se haya emprendido para honor de la lengua de Castilla. Es un Diccionario de regímenes, filológico, etimológico... ¡Qué yo! Aquello asusta; cuando Cuervo me mostraba, en Bogotá, las enormes pilas de paquetes, cada uno conteniendo centenares de hojas sueltas, cada una con la historia, la filiación y el rastro de una palabra en los autores antiguos y modernos... sentía un vivo deseo de bendecir a la naturaleza por no haberme inculcado en el alma, al nacer, tendencias filológicas. «Ya están reunidos casi todos los ejemplos, me decía Cuervo; ahora falta lo menos, la redacción». Redactar cuatro, o diez, o sabe Dios cuántos volúmenes de diccionarios... ¡lo menos! ¡Y cómo redacta Cuervo, con una sobriedad, una precisión y elegancia que obligan a cincelar la frase! Si uno de nosotros, después de tres horas de redacción suelta, incorrecta,