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Y así continuó la cacería humana, á tientas, en la obscuridad profunda, hasta que en una revuelta de la acequia salieron á un espacio despejado, con los ribazos limpios de cañas.

Viéndome, pues, con una fiesta revuelta, un pueblo escandalizado, los padres corridos, mi amigo descalabrado y el caballo muerto, determinéme de no volver más a la escuela ni a casa de mis padres, sino de quedarme a servir a don Diego o, por mejor decir, en su compañía, y esto con gran gusto de los suyos, por el que daba mi amistad al niño.

LOPE. Los rebeldes han entrado a saco a Castellar y se suena también que algunos de ellos se han introducido en Zaragoza, y que esta noche ha de haber revuelta. NU

Era la miss animosa de la propaganda evangélica que recorre el globo esparciendo Biblias con fría sonrisa, sin miedo a las burlas de los civilizados ni a la brutalidad de los salvajes; pero lo que Lucy repartía eran excitaciones a la revuelta, y no buscaba a los dichosos, sino a los desesperados, en las fábricas y en los arrabales infectos.

Mañana ú otro dia volverá á llamársele Panteon, para volverle á llamar luego Santa Genoveva, Panteon despues, y Santa Genoveva más tarde, hasta que por fin venga al suelo, quedando para siempre la memoria confusa y revuelta de Santa Genoveva y de Panteon.

Algunos troncos faltos de hojas cubríanse de colgantes pabellones de fibras, semejantes a vestiduras que cayesen en andrajos. Al otro lado del camino, por entre la empalizada de los troncos y las copas de los árboles crecidos en la pendiente, mostrábanse a cada revuelta la ciudad y la bahía. Las masas de techumbres rojas y pardas estaban igualadas por la distancia.

Sin cuerpo, porque tal como lo tengo de aporreado me aprovecha, y sin alma, porque la tengo trastornada y revuelta, y andando en cien lugares y no sabiendo dónde pararse. ¡Ah, esperábais! , señor, y había perdido la esperanza, amigo Montiño. No volváis á llamarme Montiño, os lo ruego, don Francisco; ese apellido me hace daño.

En un magnífico lecho, que por muchas señales demostraba ser un lecho de mujer, y de mujer galante, hundido en los colchones, medio sepultado en las almohadas, revuelta la cabellera, caladas las antiparras, sosteniendo un libro en folio, leía Quevedo.

Una respiración de carne blanca, atocinada y sudorosa, revuelta con el hedor del cuero, flotaba sobre los regimientos. Todos los hombres tenían cara de hambre. Llevaban días y días caminando incesantemente sobre las huellas de un enemigo que siempre conseguía librarse. En este avance forzado, los víveres de la Intendencia llegaban tarde á los acantonamientos.

Yo, la verdad, como aún no sabía que era hermano del señor Pepe... Vamos, que me despaché a mi gusto: le llamé cucaracha, carca, tóo lo que me se ocurrió. ¿Y dices que ese hermano trae revuelta la familia? ¡Ya lo creo! Si no fuera por miedo a dar una pesadumbre al señor viejo, ya le había don Pepe plantao en mitá el arroyo.