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En estas batallas de viva voz, un versolari iniciaba el tema, seguro de que al momento surgiría la contestación de sus rivales; y así, prolongándose el razonamiento de unos á otros, agarrando cada cual el hilo de la interminable canturria donde lo abandonaba el enemigo, hacían pasar al público embobado horas enteras.

Y cuando algún arrendatario de sus tierras o uno de sus protegidos entraba en la casa y permanecía embobado ante la chicuela, que cantaba como un ángel, decía el doctor con entusiasmo: «¿Qué os parece la señorita?... Algún día estarán orgullosos en Alcira de que haya nacido aquí». Se detuvo don Andrés para coordinar sus recuerdos y añadió tras larga pausa: La verdad es que no puedo deciros más.

El novato le admira, le escucha embobado y se cuida muy bien de ponerse á la izquierda. Tadeo, ¡¡amigo de magistrados y gobernadores!! Y Tadeo le nombra todas las personas que llegan y, cuando no las conoce, inventa apellidos, historias y da curiosos detalles.

En nada, en mi sentir, se señala más que en esto el espíritu femenino. Yo confieso que me quedo embobado oyendo referir a las mujeres sucesos, lances o conversaciones. No hay menudencia que echen en olvido. Y dijo éste... y relatan todo lo que dijo. Y contestó el otro... y no olvidan palabra de lo que contestó.

Tañían una guitarra, Y ésta nunca salía fuera, Sino adentro, y en los blancos, Muy mal templada y sin cuerdas, Bailaba á la postre el bobo, Y sacaba tanta lengua Todo el vulgacho, embobado De ver cosa como aquella

Esta es la mía, dije, y con dos o tres cartas, yo proponiendo, ella aceptando, nos arreglamos. La puse en una fonda mientras arreglábamos una casita; yo estaba embobado; quería probar las delicias del mundo, cuando la Justicia..., ya sabes... Este animal de Bou se quedó con la copa en los labios... Ahora me alegro.

Este es mi pariente, y bien yo que si su padre le viese, había de estar tan embobado con su hijo como lo estoy yo con mi sobrino, por tan buena cualidad como en él se ha llegado a reunir. Conoce mi Joaquín esta fragilidad y aun suele prevalerse de ella. Las ocho serían y vestíame yo, cuando entra mi criado y me anuncia mi sobrino. ¿Mi sobrino? Pues debe ser la una.

Tengo un capricho por ese relicario, repitió Simoun; quiere usted ciento... ¿quinientos pesos? ¿Quiere usted cambiarlo con otro? ¡Escoja usted lo que quiera! Cabesang Tales estaba silencioso, y miraba embobado á Simoun como si dudase de lo que oía. ¿Quinientos pesos? murmuró. Quinientos, repetió el joyero con voz alterada.

Tenía dos géneros de fanatismo: el del trabajo, pues no podía estar inactivo, y el de la política. Deliraba por los derechos del pueblo, las preeminencias del pueblo y el pan del pueblo, fundando sobre esta palabra ¡pueblo! una serie de teorías a cuál más extravagantes. Realmente estas teorías no eran suyas. Una generación se había embobado con ellas, mirándolas como pan bendito.

Y no ninguna labor delicada; no coser en fino; no bordo ni toco el piano. Tampoco pinto platos como esa Antonia, amiga de Villalonga, la cual está siempre de pinceles; yo apenas leer y no le saco sentido a ningún libro... ¿qué he de hacer?, fregar y limpiar. Con esto no me acuerdo de otras cosas. Me la comería pensó D. Evaristo, que la contemplaba embobado, sin decir nada.