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Hermosa es la verdad siempre; pero en el arte seduce y enamora más cuando entre sus distintas vestiduras poéticas escoge y usa con desenfado la de la gracia, que es sin duda la que mejor cortan españolas tijeras, la que tiene por riquísima tela nuestra lengua incomparable, y por costura y acomodamiento la prosa de los maestros del siglo de oro.

Su mismo esposo era para ella un motivo de disgusto por sus modales de hombre de trabajo, siempre ansioso de descanso, y aquel desenfado grave y un tanto excéntrico que había copiado de sus corresponsales de Inglaterra. Sólo sentía por él un débil afecto semejante al que inspira un socio comercial.

Concebimos bajo las mismas leyes intelectuales, como aspiramos a la fortuna con idéntico propósito, así como, con igual desenfado, la echamos por la ventana, una vez conseguida. Un bogotano, un cachaco exquisito, pobre como Adán, había tenido la suerte de ser designado por el gobierno para conducir a Quito no qué piedra conmemorativa de la independencia.

Los añafiles y atabales, los albogues y tamboriles resonaban alegremente por la estancia: algunos mancebos ya habían dado muestras de su destreza ensayando los asaltos y bailes que tanto tenían de desenfado árabe, como de galantería castellana.

Tristán, prometiendo hacerlo, dilataba la presentación por cierto vago recelo que en momento ni ocasión alguna podía desechar de si. Por esto y aún más porque el nombre del Sotillo le trajo de nuevo a la imaginación la intriga indigna tramada contra él, su semblante volvió a obscurecerse. Núñez no reparó o no quiso reparar en ello y le apretó con su desenfado habitual para que le señalase día.

En otros muchos había colgaduras por el estilo, lo cual daba a la plaza apariencia vistosa y alegre, pero ningún pañolón era más bonito que el de Rafaela ni había sido extendido con mayor garbo y desenfado. Así recordaba el Vizconde este y otros muchos triunfos de Rafaela; pero no sin razón la llamaban la Generosa.

Todo eso es pura fábula afirmó D. José María con desenfado . Aborrezco la falsedad y la jactancia, pues soy hombre que se dejaría matar antes que decir una palabra contraria a la rigurosa verdad. Por tanto, basta de fingidas diplomacias y de tratados que no han existido sino en la cabeza de usted. En estos momentos seamos soldados, y dejemos a un lado los protocolos.

La ciudad visitada á impulsos de la esperanza por los enfermos del catolicismo se veía invadida ahora por una muchedumbre no menos dolorosa, pero vestida de carnavalescos colores. Todos, á pesar de su desaliento físico, tenían cierto aire de desenfado y satisfacción. Habían visto la muerte de muy cerca, escurriéndose entre sus garras huesosas, y encontraban un nuevo sabor á la alegría de vivir.

Educada con el mayor recogimiento, tímida y silenciosa, sin el menor esmero en trajes y tocados de moda y sin desenfado alguno en sus ademanes y conversaciones, la marquesita fue declarada harto injustamente tonta y fea. No era ni lo uno ni lo otro. No avergonzarse, sino bien podía envanecerse quien llegase a tenerla por suya.

Un ciudadano que no hubiera sido marino, apenas se habría atrevido á llevar ese traje y mostrar esa cara, con tal desenfado y arrogancia, sabiendo que se exponía á sufrir un severo interrogatorio ante un magistrado, incurriendo probablemente en una crecida multa ó en algunos cuantos días de cárcel: pero tratándose de un capitán de buque, todo se consideraba perteneciente al oficio, así como las escamas son parte de un pez.