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Cuando al oscurecer del día 27 de Noviembre de 1723 los vecinos de Sevilla se disponían á recogerse en sus casas para entregarse al reposo se vieron sorprendidos por el ruído que por varias calles promovía el toque de trompetas y atabales, el paso de caballos y las voces de no poco concurso que rodeaban á los ginetes. La causa de todo aquello era la siguiente.

Cuando vengan á la iglesia las personas, que han de hacer la representación, no habrá tímpanos, ni atabales, ni trompas, ni música de ningún otro género, ni criado ni criada negra, ni se arrojarán confites ni golosinas de ninguna especie.

Brillaban los cascos y corazas de numerosos escuadrones y las voces que dieron y el toque de las cornetas y atabales indicaron también que habían descubierto el refugio de sus enemigos y que se preparaban para el ataque.

Á pocos pasos de los arqueros iban los atabales y clarines, cuatro en número, y tras ellos diez ó doce mulas con la impedimenta de la pequeña columna, tiendas, ropas, armas de repuesto, batería de cocina, provisiones, herramientas, arneses, herraduras y demás artículos indispensables ó siquiera útiles en campaña.

A uno de ellos precedió gran número de trompetas, y detras venia una águila artificial grandísima, toda dorada, con igual acompañamiento de trompetas y atabales, y una culebra extraordinaria arrojando llamas por la boca, y á su derredor multitud de hombres armados que aparentaban quererla matar: al otro servicio precedió una roca de la que salieron liebres, perdices y conejos, y como en la cúspide habia una figura de leona parda, que tenia una grande abertura como de herida en la espalda, se aproximaron los que habian remedado dar muerte á la culebra, y se disponian á subir á la roca, cuando salieron una porcion de salvages que les impidieron la subida, y combatieron todos quedando vencidos los hombres de armas, y victoriosos los salvages.

Los pocos que dieron en perseguirlos retrocedieron á toda prisa al llegar á la cañada y oir las cornetas y atabales que allí tocaban furiosamente los veinte arqueros emboscados al efecto. Los perseguidores, como lo había previsto el barón, creyeron que una gran fuerza inglesa, quizás todo el ejército del Príncipe Negro, había tomado posesión de aquellas alturas.

Los seis síndicos de Valencia, segun escribe uno de ellos llamado Montaner, trageron cincuenta de acaballo consigo y trompetas, atabales y menestriles.

Con palabras no menos comedidas que éstas le respondió el caballero, y, encerrándole todos en medio, al son de las chirimías y de los atabales, se encaminaron con él a la ciudad, al entrar de la cual, el malo, que todo lo malo ordena, y los muchachos, que son más malos que el malo, dos dellos traviesos y atrevidos se entraron por toda la gente, y, alzando el uno de la cola del rucio y el otro la de Rocinante, les pusieron y encajaron sendos manojos de aliagas.

¡Eso no! -dijo a esta sazón don Quijote-: en esto de las campanas anda muy impropio maese Pedro, porque entre moros no se usan campanas, sino atabales, y un género de dulzainas que parecen nuestras chirimías; y esto de sonar campanas en Sansueña sin duda que es un gran disparate.

Á hora muy temprana comenzó el redoble de los atabales, que llamaba á los soldados, seguido de los toques de clarín ordenando la formación de la Guardia Blanca en el patio de honor de la fortaleza.