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19 Llegó pues Gedeón, y los cien varones que [llevaba] consigo, al principio del campamento, al principio de la vela del medio, despertando solamente los guardias; y tocaron las trompetas, y quebraron los cántaros que [llevaban] en sus manos. 20 Y los tres escuadrones tocaron [sus] trompetas, y quebrando los cántaros tomaron en la mano izquierda las teas, y en la derecha las trompetas con que tocaban, y dieron grita: ¡El cuchillo del SE

Y la conversación se enredaba; y Cecilia, sin mirar a su novio le veía; y los ojos de doña Paula, posados alternativamente en uno y en otro, se iban enterneciendo cada vez más; y los alientos se cruzaban. Los hombros de los futuros esposos se tocaban.

Uno de ellos, no el que venía delante, sino otro, extendió el brazo por encima del hombro del primero y me agarró de las narices y me dió un fuerte tirón que me hizo lanzar un grito de dolor. Di un salto de través, porque mis espaldas tocaban casi á la pared, y logré apartarme un poco de ellos; y alzando el bastón, lo descargué, ciego de cólera, sobre el que venía delante.

La consecuencia de todo fue que Brutandor se quedó definitivamente a vivir con Miguel: éste pagaba un duro por su gabinete; el ama de la casa, acomodándose los dos en él, rebajó el pupilaje a cuatro pesetas cada uno; de las cuatro pesetas que le tocaban, quedó convenido entre ambos que Mendoza pagaría diez reales y Miguel supliría los otros seis en tanto que aquél no mejorase de fortuna.

Tocaban para otros; no eran llamamientos de amor: eran bufidos de vanidad. Alguna vez la horda dejaría de permanecer inmóvil. Los que entraban en Madrid al amanecer se presentarían a mediodía. Ya no aceptarían los despojos: pedirían su parte; no tenderían la mano: exigirían con altivez.

Los músicos tocaban con más fuerza, pero las parejas se iban retirando. Las atlotas abandonaban a los mozos para ir a confundirse en el grupo de mujeres. ¡Buenas tardes, señores!... A este saludo del guardia más antiguo contestó el tamboril callando en seco y dejando sola a la flauta.

Un joven delgado, huesudo, pálido, de patillas negras que tocaban en la nariz, como las gastaba entonces el rey, y a su imitación muchos jóvenes aristócratas, entró sonriente y comenzó a saludar con desembarazo a todos, apretándoles la mano con leve sacudida y acercándola al pecho, del modo extravagante que se hace algunos años entre los pisaverdes madrileños.

Preveía su sufrimiento si descubría, demasiado tarde, que no se entenderían nunca sobre ciertas cuestiones, y que las cosas que ella consideraba más importantes, que tocaban a su corazón, lo dejaban indiferente, si no hostil.

No había orquesta entre la escena y la parte, que denominamos parterre ó patio; y los músicos, que desde el principio de la representación tocaban y cantaban, habían de subir á las tablas. Tampoco se conocía el telón que ocultase el escenario, y de aquí que, al empezar una pieza, no era dable presentarse en diversos grupos, puesto que los actores habían de ofrecerse primero al público.

El morisco cruzó los brazos, y Aixa recostose como una hija sobre su pecho. En ese instante una metálica vibración llegó de la ciudad. Luego la campana de Santiago resonó a corta distancia. Otras, más lejanas, respondieron. La catedral dejaba caer sus campanadas bajas y solemnes, y, en seguida, todas las iglesias a la vez, en alucinador concierto, tocaban las oraciones.