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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Prometióselo don Quijote, y juró por vida de sus pensamientos no tocarle en el pelo de la ropa, y que dejaría en toda su voluntad y albedrío el azotarse cuando quisiese. Levantóse Sancho, y desvióse de aquel lugar un buen espacio; y, yendo a arrimarse a otro árbol, sintió que le tocaban en la cabeza, y, alzando las manos, topó con dos pies de persona, con zapatos y calzas.

Á estas palabras que le tocaban en lo más profundo de su ser, Marenval palideció, las lágrimas brotaron de sus ojos y sin poder hablar, permaneció temblando de emoción ante sus amigos. Por último movió la cabeza, dió un suspiro que pareció un sollozo y contestó, arrojándose en los brazos de su pariente: Adiós Vesín. Usted sabe á qué atenerse.

Desempeñando este cargo falleció don Baltasar en España, tres o cuatro años después. El conde de Castellar acostumbraba todas las tardes dar un paseo a pie por la ciudad, acompañado de su secretario y de uno de los capitanes de servicio; pero antes de regresar a palacio, y cuando las campanas tocaban el Angelus, entraba al templo de Santo Domingo para rezar devotamente un rosario.

Acercándose prudentemente oyó Roger los sonidos de una flauta y rodeando el vallado creció de punto su sorpresa al ver á dos jóvenes que, sin gran dificultad al parecer, se sostenían cabeza abajo sobre la hierba y tocaban sendas flautas, á la vez que imitaban con los pies los movimientos de la danza.

Un murmullo de ayes y suspiros se levantó en la obscuridad de la estancia. Algunas mujeres sollozaron. El sol acababa de ocultarse, y blanda, lentamente, las parroquias tocaban las oraciones. Era un coro, un llanto continuo de campanas cantantes, de campanas gemebundas en el tranquilo crepúsculo.

Si alguna vez pensaba en los infelices, era para levantar en sus afueras monasterios, donde las imágenes de palo estaban mejor cuidadas que los hijos de Dios, de carne y hueso; conventos de monstruosa grandeza, cuyas campanas tocaban y tocaban en el vacío, sin que nadie las oyese. Los pobres, los desesperados, no entendían su lenguaje: adivinaban lo falso de su sonido.

Cuando se estaban tomando estas y otras disposiciones para precaverse, se oyó el sonido de diferentes cornetas, que de uno á otro ó estremo se correspondian, para confirmar la entrada de los indios; por lo que se dispuso que algunos saliesen para hacer un reconocimiento, quienes volvieron con la noticia, de que no habia nadie en aquellas inmediaciones, y averiguado el caso, se halló que los que tocaban las cornetas, eran dos negros de D. Jacinto Rodriguez, D. Nicolas de Herrera, é Isidoro Quevedo, para que reunidos con esta novedad los europeos, les fuese mas fácil conseguir su desesperado intento.

Alineábase la gente en el paseo para ver desfilar el cortejo carnavalesco. Primero, la banda, precedida del pasaje menudo: niñeras empujando los cochecillos infantiles; muchachos inquietos que saltaban y se empujaban, coreando a todo gañote la marcha que tocaban los músicos.

Las que corrían eran ágiles como cabritillas, y al correr parecía que no tocaban el suelo con sus diminutos pies; la que las seguía con la vista, era de formas más abultadas y de movimientos menos suaves y graciosos; y aunque vestía lo mismo que ellas en forma y calidad, en la combinación de los colores y en el aire de su vestido había algo que no era del mejor gusto.

Cuando Fortunato bajaba de la cátedra deseando a todos la gloria por los siglos de los siglos, la unción del prelado corría por el templo como una influencia magnética; parecía que si se tocaban los cuerpos iban a saltar chispas de caridad eléctrica; el entusiasmo, la conversión, se leían en miradas y sonrisas; en aquellos momentos los vetustenses tomaban en serio lo de ser todos hermanos.

Palabra del Dia

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